Hace ya algún tiempo que
no escribo en este blog, lo cual no quiere decir que no haya dejado de leer y
no haya continuado tomando notas de las lecturas que llevo a cabo; pero si no
he publicado en todo este tiempo se debe sobre todo a esto último, es decir,
todo lo que he escrito no deja de ser anotaciones, apuntes, o breves comentarios
para desarrollar después, pero siempre en la esfera de lo personal ya que ninguna
de todas estas notas están lo mínimamente presentables para poder salir a la
luz.
Si en esta ocasión me he
decidido a publicar mis impresiones a partir de la lectura de Los
dominios del lobo, primera novela de Javier Marías, se debe, sobre todo, a dos razones: una, por lo que
supuso esta novela dentro del panorama de la narrativa española de los años 70;
y dos, por la concepción de la novela que ya apuntaba Marías en sus comienzos, y
que lejos de abandonar esas ideas juveniles, como suele ocurrir, ha ido
madurándola hasta convertirse en el escritor cuyo talento literario nadie pone
en duda y con un personalísimo estilo.
Vaya por delante que esto
no es una reseña al uso, pues apenas esbozo el argumento y poco más, ya que
tampoco hay mucho que decir de una novela de iniciación; sin embargo, si enfatizo
sobre ella es principalmente porque considero que las buenas novelas y la buena
literatura en general son aquellas que permanecen invariables a modas pasajeras, y
que siempre tienen algún valor por el que sobresalen, ya sean intrínsecamente
literarios, o bien paraliterarios, como en este caso.
La primera novela de Javier Marías, Los dominios del lobo (1971), la
escribió a los 17 años durante una escapada de mes y medio a París, según cuenta en el prólogo de la edición de
1987, y cuya influencia son las ochenta y cinco películas que vio durante todo
este tiempo; de ahí, como el mismo afirma, que sus personajes estén inspirados
o, mejor, surjan de la oscuridad de una sala de cine.
Los dominios del lobo transcurre en los años veinte y treinta en
Estados Unidos. Y como toda clásica historia, la víspera de empezar la tragedia
nadie sospechaba nada; pero fue en otoño de 1922, tras la muerte de la tía
Mansfield, que la familia Taeger empezó a derrumbarse. Una señal que nadie vio,
pero que fue el detonante para que luego los tres hijos del señor Taeger, uno a
uno, contribuyeran, con sus precipitados atajos hacia su destino, a alterar la
vida y el prestigio de la familia. Y, de paso, crear la historia que merecía
ser contada: la de tres huidas involuntarias hacia la fama por rutas diferentes
y poco dignas, aunque uno llega al cine para convertirse en ídolo de la
juventud. Surge así un relato muy americano, salpicado de historias antiguas y
leyendas de tesoros que afloran en las voces de personajes que suelen tener
mucho pasado que contar.
El estreno
literario de Javier Marías,
representó una novedad en el todavía acartonado y ceniciento panorama narrativo
de los primeros setenta. Realmente este pastiche de las películas del cine
americano que el entonces aspirante a escritor vio por docenas, como hemos
dicho, ponía de manifiesto la necesidad de cambios en la literatura española
del momento. La cultura cinematográfica se adentraba en la narrativa española
sin reservas ni escrúpulos. En Los
dominios del lobo se destaca el referente cinematográfico en un
consciente y premeditado alejamiento de los supuestos de la realidad. El texto
literario es un mundo autónomo que comienza y termina en las páginas del libro
y que, además, no necesita tomar como modelo el mundo de las cosas reales, como
venía siendo habitual. Los personajes planos y desdibujados, la trepidante
acción de los varios y disparatados relatos que integran la narración, el
desorden temporal y la descomposición del espacio son algunos de los factores
en los que se basa este proyecto iniciático.
En esta misma línea, Carlos Barral, en un texto inédito escrito con motivo de la
presentación de la novela a la prensa en el año 1971, sobre Los
dominios del lobo, dirá:
“La aparición de un libro como el de Javier
Marías constituye en sí misma una buena noticia dentro de la conflictiva
actualidad de la novela española. Entre la generación del realismo, de la que
tanto se ha hablado los últimos meses, y el imprevisible futuro de nuestra
novelística, se han venido haciendo lugar últimamente unas cuantas novelas que
revelan sobre todo la voluntad de "desprovincianizar" nuestra
novelística y se caracterizan por la aclimatación de técnicas y procedimientos
recientemente ensayados en otras literaturas. La novela de Javier Marías en
cambio tiene todo el aspecto de un brote inclasificable, es como una espontánea
manifestación de una generación nueva (¿tal vez también de una literatura
nueva?), que no se avergüenza de la parte que en su mundo de referencias ocupan
subculturas como la del cine o la de la música de entretenimiento, que, de una
manera totalmente incalculada y espontánea, olvida que la congruencia del
asunto es una condición para la validez del género. Más que la mayor parte de
los experimentos estilísticos más recientes la novela de Javier Marías parece
insinuar un camino hacia la renovación de la narrativa española contemporánea,
tan vilipendiada.”
La generación literaria de Javier Marías
Del texto anterior de Barral se desprenden algunas afirmaciones muy interesantes, incluso
algunas visionarias que han marcado tanto los inicios como su posterior
trayectoria literaria.
En primer lugar, Barral habla de lo que supuso Los dominios del lobo “dentro de la
conflictiva actualidad de la novela española”
que oscilaba entre el realismo social, que aún perduraba de la época
anterior, y una nueva tendencia incipiente, mucho más universal, que intentaba
aclimatar las técnicas y procedimientos narrativos que ya habían sido
utilizadas en otras literaturas europeas a principios del siglo XX, (James Joyce, Proust, Aldous Huxley…), y que debido a la represión y a la censura que
vivió España una vez finalizada la Guerra Civil no fueron posible adaptarlas a
nuestra literatura hasta principios de los años 60.
A Javier Marías se le ha
incluido en la heterogénea Generación del 68, también denominado Generación del
70 o de "los novísimos". Con la censura y la represión ideológica propia de un régimen
dictatorial los incipientes escritores que comenzaban o publicar en los
primeros setenta aspiraban o superar el compromiso social que había abanderado
lo generación literaria anterior, conocida como la generación del
socialrealismo, deseo que se convirtió a la postre en un rechazo a toda la
tradición literaria española. La experimentación formal, la investigación
sobre el lenguaje, una actitud
"escapista" y la reconversión de la cultura de los medios de
comunicación de masas en materiales narrativos son algunos de los rasgos
característicos de algunas de las novelas más representativas de esta época.
Desde que terminó la Guerra Civil hasta que Marías publicó Los dominios del lobo, la novela española había pasado
por varias tendencias o corrientes literarias. Así, a la novela «existencial»
de los años 40-50, La colmena, le sucedió la «social» de los 50-60, El
Jarama, que fue reemplazada por la «estructural» o «dialéctica» de los
60-70, Tiempo de silencio; pero no será hasta principios de los años
70 cuando surja una nueva forma de hacer novelas, una novela más «escriptiva»,
según Gonzalo Sobejano, o metaliteraria utilizando una terminología más actual,
cuyas obras más representativas sería la novela-poema, Saúl ante Samuel, de Juan Benet, y el ciclo de Luis
Goytisolo, Antagonía.
Aunque estas no fueron las únicas, existe ya una
larga serie de novelas que anticipan formalmente la novela “escriptiva”, como
por ejemplo: Ritmo lento, compuesta en forma de fragmentos de diario íntimo
cuyo redactor observa su actividad narrativa y la enjuicia a menudo; Cinco
horas con Mario, donde las citas bíblicas que inician los capítulos
monodialogales en que se reparte el velatorio de la viuda marcan irónicamente
una potencial intertextualidad obstruida a cada paso; Últimas tardes con Teresa,
parodia de la novela social y, como tal parodia, burlesca crítica del modelo
adoptado para destruirlo o reconstruirlo; La saga/fuga de J. B., parodia de la
novela estructural y texto autocrítico por tal causa y por sus frecuentes
reflexiones acerca de su propia hechura y su condición ficticia, legendaria,
inverosímil o fantástica; El gran momento de Mary Tribune y Ágata
ojo de gato, con sus constelaciones de citas literarias; y Oficio
de tinieblas, 5, cuyas «mónadas» se producen en una esfera autónoma, al
margen de la realidad, en un infierno de conciencia trasmutado en caprichoso
ejercicio textual.
Javier Marías, un autor inclasificable
Sin embargo, parece ser que esta primera novela de
Javier Marías, Los dominios del lobo, no estaría dentro de esta corriente
metaliteraria más preocupada por los nuevos artificios y técnicas literarias
empleadas en nuestra literatura tales como introducir al lector dentro de la
ficción y mostrarle lo que es el proceso de lectura, es decir, lo que el propio lector está haciendo en ese momento; examinar la relación entre realidad y ficción
cuestionando a veces qué es realidad –si lo que quedamos en llamar realidad no será una invención del hombre- y qué es ficción –si ésta no será más bien otro aspecto de la realidad que por su
dimensión o por su origen tomamos por
irreales, etcétera.
Quizás fuera Carlos
Barral el primero que ya en 1971 vislumbrará ese carácter inclasificable de
Marías, opinión que luego seguirá
algún que otro crítico y escritor y que
ha perdurado hasta nuestros días; y es que aunque nadie pone en duda la importancia
de este autor en la narrativa moderna, además de ser muy apreciada fuera de nuestras
fronteras, lo cierto es que su obra sigue siendo hoy mismo casi una desconocida
para la crítica literaria española.
Eduardo Mendoza es otro de los escritores que ha reflexionado sobre la
dificultad de introducir la obra de Javier
Marías en alguna de las muchas taxonomías, unas más adecuadas que otras,
que elaboran continuamente sobre la
novela actual española.
Mendoza en un acertado artículo, "El extraño caso de Javier Marías", analiza el “fenómeno Marías” y llega a la conclusión de que “la obra de Javier Marías crea un
desconcierto incómodo. Nadie sabe muy bien cómo clasificarla ni calificarla”.
“En mi opinión, la obra de Javier Marías
crea un desconcierto incómodo. Nadie sabe muy bien cómo clasificarla ni
calificarla. En la evolución de la narrativa española es una anomalía; no
encaja en ninguna de las corrientes al uso, aunque tampoco las combate ni las
impugna; sus virtudes y sus defectos no se pueden calibrar en relación a los
cánones de la prosa española, habría que inventar nuevos adjetivos para unas y
otros; su mundo literario es, en cierto modo, cosmopolita […] El resultado de
todo ello es que Javier Marías ocupa un lugar inquietante por impreciso en la
historia de la novela española reciente: no se le puede
encasillar entre los seguidores de la vanguardia o los formalistas de los años
sesenta, ni entre los narradores posmodernos de los setenta y ochenta, pero
tampoco se puede negar su pertenencia a un grupo o al otro, porque de ambos
participa con un raro equilibrio, que a veces juega en su contra, y otras (las
más) a su favor. […]
[…] todo lo que escribe Javier Marías ha de
considerarse como una aportación a la novela, tanto más cuanto más alejado
parezca de este género. De lo que se trata, pues, no es de
determinar si este libro, u otro cualquiera del mismo autor, puede calificarse
o no de novela, sino qué aporta, o qué sustrae, a la novela española
contemporánea.”
El concepto de novela en Javier Marías
Hoy en día, después de casi más de cuarenta años
de esa primera novela, Los dominios del lobo, nadie pone en
duda la maestría literaria de Javier Marías, pero quisiera destacar sobre todo,
y retomando las últimas palabras de Mendoza,
el valor que aporta Marías a la
narrativa española y sobre todo, y lo que en mi opinión es más importante y
define toda su obra, el concepto que tiene de la novela.
Para entender su concepción de la novela no podemos
prescindir de la huella que dejó un
escritor como Juan Benet en Javier Marías. Esta influencia se
fundamenta, sobre todo, en una misma concepción sobre la literatura en la que
destaca el tratamiento del discurso, las palabras, la forma de los textos
literarios. Benet creía que el
escritor debía consagrarse a la búsqueda de su estilo propio, en especial del
"alto estilo" o "estilo noble" que él encontraba en la
prosa inglesa de, por ejemplo, Joseph
Conrad y Faulkner. El argumento,
la anécdota, la historia que cuentan los novelas son, así, menos importantes
que el pasar de lo narración, la evocación de las palabras que, unidas todas,
conforman el texto literario. De este modo, la tradicional idea de la novela
como espejo de la realidad social es sustituido por el entendimiento de la
novela como realidad lingüística: el texto literario es un mundo autónomo que
no debe ser extrapolado a otras realidades.
De otro modo pero con igual significado Marías expresará su concepción de la
novela en el epílogo a la edición de Los dominios del lobo de 1999:
“[tengo] la certeza de que las más notables
y perdurables obras dadas a la historia por ese género poco definible y mal
definido siempre, son obras que se han apartado sin vacilaciones de la
convención y ortodoxia […]
Cada vez que leo u oigo decir a un escritor
o a un crítico perogrulladas o tautologías como «la novela consiste en contar
una buena historia bien contada»; o que «una novela debe tener personajes y
argumento»; o «trama»; o que «debe reflejar la vida o la realidad o su época»;
o que «sus elementos deben estar bien hilados y encajar entre sí»; o que «la
historia debe cerrarse»; o que «todas sus partes y episodios han de ser
pertinentes»; o cuando se critica que tal o cual factor « no añade nada al
conjunto del relato»; o cuando se hacen loas al «placer de narrar»; o a la
«fascinación de la intriga»; o al «quehacer artesanal de contar»… Cada vez que
leo u oigo decir esas simplezas –y se repiten hasta la saciedad, al menos en
España y similares–, primero bostezo, y luego no puedo evitar pensar que
quedarían fuera de tales méritos, virtudes o cualidades, e incumplirían tales
deberes, tareas o preceptos, la mayor parte de las obras maestras que ese
género ha dado, desde el dispersísimo, digresivo, episódico, siempre
impertinente y esforzadamente ampliado Quijote
hasta el vaivén constante de las novelas de Bernhard, pasando por la narración sincopada
e interrumpida y frenada por mil incisos y casi anárquica de Tristram Shandy, la discursivamente
bélica o bélicamente discursiva Guerra y
Paz, la abstraída y zigzagueante En
busca del tiempo perdido, la microscópica lente aplicada a una boda en Madame Bovary, el estatismo vehemente de
Lolita y la deliberante balbuciente,
torrencial, atropellada y desdeñosa obra entera de William Faulkner.
Para mí el género novela es algo tan
huidizo como abarcador […] cuanto más libre es una novela en su concepción y en
su ejecución, cuanto más desenvuelto es quien la escribe cuando la escribe,
cuanto más se atreve con control de su atrevimiento, cuanto más dispuesto está
a contar a su manera (esto es, lo que le venga en gana, como le venga en gana y
en el orden en que le venga en gana según sus propósitos y su plan), con más
probabilidades contará su novela de durar y de ser releída una y otra vez
–releída por los mismo lectores o por distintos y futuros, tanto da–, porque en
ella habrá siembre algo nuevo o cambiante que descubrir o comprender. Sólo una historia, sólo una intriga, sólo un
argumento por buenos que sean, o unos personajes graciosos o intensos o
pintorescos o «entrañables» sin más, o una escritura meramente «donosa» u
ornamental, no serán nunca nuevos ni cambiantes a la segunda vez, como tampoco
lo sería un texto tan encajado y cerrado, tan hilado y liso y compacto, y todo
él tan «pertinente», que a la primera lectura ya no dejara ningún resquicio:
también se quedaría sin ningún misterio. Pero sólo se queda sin misterio lo que
jamás lo ha tenido en realidad.”
Quizá esta cita es demasiado extensa pero creo que
no es necesario añadir nada más sobre lo que Marías entiende por ese indefinible género, por más que intenten lo
contrario, llamado novela; opinión que comparto en su totalidad.
ALGUNAS DE LAS NOVELAS QUE MARCARON LA DÉCADA DE LOS SESENTA - PRINCIPIOS DE LOS SETENTA
BIBLIOGRAFÍA: Gonzalo Sobejano, “Novela
española contemporánea: la renovación formal (1962-1973)” en Biblioteca
Virtual Cervantes.