viernes, 28 de octubre de 2011

CARTOGRAFÍA PERSONAL. Correspondencia de Carmen Martín Gaite y Juan Benet.



Cuando vi el libro de la correspondencia entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet en el catálogo Círculo de lectores, no pude resistir la poderosa atracción y rápidamente se lo encargué a mi agente. Creo que es la primera vez, en mi corta vida de pertenencia a este insigne Círculo, que tarde menos de dos minutos en decidirme. Las razones por las que formo parte de esta sociedad bibliográfica tan exclusiva, se deben únicamente a un exceso de bibliopatía. Y en efecto, todas las expectativas sobre el libro se cumplieron, como cada vez que leo algo sobre Carmen Martín Gaite.

No obstante, al revisar la correspondencia privada de escritores siempre me viene a la memoria un fabuloso artículo de Javier Marías en el que plantea la licitud, o no, de que todos leamos las cartas que fueron destinadas a otras personas en un ámbito totalmente privado. Y aunque comparto la mayoría de las opiniones allí vertidas, pudo más mi curiosidad literaria que el respeto por la intimidad de dos grandes escritores  de la narrativa del siglo XX.  

La relación epistolar es desigual tanto en número, en estilo, como en el tiempo (1964 a 1986). De las 67 cartas conservadas, una tercera parte son de Juan Benet, las cuales se condensan en los primeros años, aunque encontramos también alguna de éste en los años ochenta, cuando su talento como escritor era ya reconocido. En las enviadas por Gaite, también hay lagunas, lo que demuestra que las conservó por alguna razón, del mismo modo que se deshizo de otras.

Dibujo a lápiz de Carmen Martín Gaite. Correspondencia. Círculo de lectores - Galaxia Gutenberg


Pero lo sorprendente de este libro, es que a pesar de la intermitencia en el tiempo, se pueden leer como un relato continuo, ya que lo que verdaderamente atrapa al lector son las reflexiones sobre la composición literaria. Las cartas benetianas, a pesar del trato amistoso que existe entre ambos, destacan, al igual que sus novelas, por la densidad de su discurso y por la profundidad de su pensamiento; es como si Benet volcara en ellas la misma dedicación y minuciosidad que en cualquiera de sus mejores textos narrativos o ensayísticos. Prueba de ello es la controversia suscitada entre ambos entorno a la preferencia de la novela con o sin argumento. Para Benet “escribir una novela con argumento es lo más fácil del mundo. Lo difícil es hacerla sin argumento.” Éste era un problema que le preocupaba desde las primeras composiciones teatrales, donde ya se aprecia ese rechazo total a cualquier tipo de distraimiento innecesario. Para él, “en el reino de la palabra, toda intromisión es contaminante”, sólo le interesaba la palabra por la palabra, alejando así de su minucioso estilo cualquier tipo de aditamento que pudiera distraer al lector. 

Carmen, a pesar de la gran admiración que sentía por su amigo, no dudaba en formularle algún que otro acre comentario, pero no exento de un gran juicio literario, y todo ello escrito con su singular estilo, impregnado de la vida cotidiana y alejado de la retórica academicista.  

No me gustaría terminar sin hacer una breve referencia al exhaustivo trabajo de investigación del editor José Teruel, cuyas notas al final del libro no dejan ningún cabo suelto y nos proporcionan una visión completa de  la relación entre la vida y la obra de ambos escritores.

En fin, sólo diré en mi defensa, y aludiendo al artículo de Marías, que si un escritor no desea ver publicado un texto suyo de carácter personal, la solución es bien sencilla: destruirlo; pero yo sinceramente me alegro de que no lo hicieran, ya que es una extraordinaria forma de conocer el germen donde se gestaron las ideas.

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