He de reconocer que es la primera novela que leo de Houellebecq. Todas las críticas y controversias que rodearon su anterior novela, La posibilidad de una isla, me llevaron a apartarlo durante un tiempo de mis lecturas pendientes. Sin embargo la vuelta en España a su editorial de siempre, Anagrama, y las opiniones tan dispares que ha suscitado esta novela, revelan, que para bien o para mal, es un autor que no nos deja indiferentes. Por esta razón pensé que es un buen momento para leerla, aunque quizás no siempre resulta satisfactorio acercarse a la trayectoria literaria de un autor por su última novela. Y verdaderamente resulta un autor insólito.
El mapa y el territorio cuenta la vida del artista Jed Martin, desde su infancia, las relaciones con su padre, con sus compañeros de universidad, el éxito como fotógrafo, la cima de su vida, su y declive humano. Sin embargo esto no es más que un pretexto para plantearnos una serie de reflexiones sobre los más diversos temas: Francia como paraíso turístico, la infancia aburguesada, el mundo feroz de las galerías de arte, la incomunicación y el desasosiego personal, la pobreza intelectual… Todo esto y más, y por supuesto, desde la particular óptica de Houellebecq, cuyos planteamientos si no se comparten pueden resultar provocadores e incluso obscenos, pero a la postre es lo que la convierten en un relato realmente interesante.
Detesto las novelas cuya única motivación es resolver el conflicto planteado previamente, pero El mapa y el territorio pertenece a ese tipo de novelas donde la trama argumental es lo de menos, pues a la postre todas se reducen a lo mismo. En ella cobran más valor, como acabo de decir, las meditaciones del autor sobre los más diversos temas, con lo que no deja de ser un ensayo encubierto. Houellebecq es un hombre de profundas intuiciones, de estilo apático e indolente, cuyos razonamientos los va dejando sobre el texto en una acumulación impresionista, y siempre pensando en un gran público. A todo esto hay que añadirle un mérito que no pude soslayarse, pues al erigirse también como uno de los personajes principales de la novela, nos expone abiertamente su propio yo. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar pues esta práctica no es más que un recurso literario, aunque siempre nos quedará la duda de cuánto hay en el Houellebecq protagonista del Houellebecq real, valoración que siempre dependerá del grado de simpatía que sintamos hacía el autor.
La estructura compositiva también puede desconcertar a un lector acostumbrado a esas novelas que desde el principio quieres saber cómo terminan, pero en esta ocasión según vamos pasando las páginas la anodina y a la vez exitosa vida de Jed Martin va dejando paso en la última parte a un atroz thriller, pero no exento de ese estilo calmado e inerte que predomina en toda la historia, y continuando con otras disquisiciones filosóficas, de la mano del inspector de policía. La disección continúa y no contaré más pues no es mi intención descubrir el final a nadie.
Dejando aparte todos aquellos recursos efectistas que rodean cualquier publicación de un libro y que tienen que ver más con campañas de marketing que con lo puramente literario, El mapa y el territorio es una aguda disección de nuestra sociedad actual, donde Houellebecq sin grandes recursos efectistas, pero de una forma muy personal, pone de manifiesto la vacuidad del ser humano. Para terminar una única salvedad, para realmente considerarla en toda su inmensidad, creo que lo mejor es volverla a leer dentro de unos años y si de ese modo ha superado la apodíctica prueba del paso del tiempo, y una vez que la novela se haya desprendido de todos los pelajes polémicos, ya sean reales o ficticios, pienso que se comprenderá más y mejor la verdadera dimensión del mapa y del territorio, metáfora de que la imagen, y porque no decirlo, lo virtual, se está convirtiendo en más importante que la realidad.
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