¿Cuántas veces decimos al cabo
del día la frase “no tengo tiempo”? La repetimos tanto que termina por
convertirse en una monótona letanía, como si de una salmodia se tratara cuyo
efecto balsámico nos consolará ante la perspectiva de tantas cosas que día tras
día dejamos por hacer.
Por supuesto yo no sólo no soy
una excepción a esta norma, sino que además últimamente vengo experimentando la
sensación de que cada vez son mayores las obligaciones y menor el tiempo del
que puedo disponer libremente. Esto es cierto, pero a veces incluso, aunque
resulte contradictorio, cuando sorprendentemente puedo disponer de él para
llevar a cabo alguno de esos proyectos que voy aparcando constantemente,
compruebo que lo más difícil es contar con el suficiente ánimo para hacerlos. A
menudo me ocurre que ante la posibilidad de un par de días libres de toda
ocupación, realizo una lista interminable de intenciones, y curiosamente, sin
saber bien cómo sucede, el tiempo empieza su particular carrera contra mí, y
esa gran cantidad de tiempo de la que disponía al principio, comienza a
volatilizarse; y cuando la noche anterior a la vuelta a la rutina evalúo todo
lo que he hecho me queda tal exasperante sensación de vacío y desazón que
termino diciendo: tanto tiempo para nada.
Cuando comencé a llevar
semanalmente este blog lo hice muy ilusionado, las ideas, los temas de los que
hablar se amontonaban unos tras otros. Ahora no es que esté menos ilusionado,
ni mucho menos, pero después de una año creo que algo voy aprendiendo, por lo
que he terminado por volverme más exigente conmigo mismo. Ya llevo algún tiempo
en el que no me siento del todo satisfecho con el resultado final de lo que
hago. Temas, lecturas y bibliotropismos no faltan, pero como no podía ser de
otra forma, lo que escasea es más tiempo para escribir y obtener un resultado
que me convenza. He llegado a tal punto que, ante la constatación de todo lo
que me gustaría hacer, estoy totalmente desalentado. Seguramente ha llegado el
momento de pararse y no dejarse llevar por una trepidante rutina, pensar que es
lo que de verdad quiero hacer y tomarme el tiempo suficiente para procurarme
las fuerzas y las razones para lograrlo. Quizá de ese modo no me sentiré tan
aterrado ante la sensación de que me encuentro desbordado por lo que pasa y por
todo lo que dejo por hacer. Evidentemente esto requiere una transformación, un
reaprendizaje, una invención.
Por esto a partir de ahora he
decidido poner un punto y seguido, detenerme, recapacitar y trastornar mi
tiempo, antes de que él termine por trastornarme a mí. Esto no quiere decir que
termine con Bibliotropismos, esa no es mi intención, pero en lugar de las dos
entradas semanales que más o menos acostumbro a publicar, a partir de ahora lo
haré cuando de verdad me satisfaga el resultado final de lo que llevo entre
manos. Los temas de los que de verdad me apetece escribir se van apilando uno
tras otro, y los voy aparcando porque la redacción de cada uno de ellos
necesita tiempo. Escribir es un proceso dilatado: documentarse, redactar y
sobre todo corregir una y otra vez. Al final se vuelve a confirmar que todo es
cuestión de tiempo, pero esto no significa que aunque éste incida en nuestras
vidas, nosotros no podamos hacer nada por intentar cambiar. Aunque de un modo
más discontinuo, continuaré escribiendo y publicando en Bibliotropismos pues
son tales los beneficios que me aportan que no lo abandonaré.
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