Como mi propósito de
tomarme las cosas con calmas ya ha empezado y sigo firme con él, hoy he
decidido salir a dar un tranquilo paseo y visitar las librerías de mi ciudad.
Las librerías de donde yo
vivo no son macroespacios donde puedes encontrar de todo, e incluso libros, más
bien son pequeñas, con un fondo bibliográfico modesto, y en cuyos estantes
conviven arracimados los libros con las revistas semanales y otros artículos de
papelería. Pero a mi gustan estas librerías porque todas están regentadas por
personas entusiastas que de verdad aman los libros, con las que puedes hablar tranquilamente –sin prisas- de lo que más nos gusta, de libros. Son siempre
gente amable y deseosa de compartir su tiempo con sus clientes. Cuando salgo de
una de esas librerías, después de haber disfrutado de una buena tertulia en ese ambiente tan agradable,
a parte de los libros que me llevo para leer en casa, me llevo también una
agradable sensación de bienestar y serenidad.
Aunque cada vez son más rara avis, seguro que en cada ciudad todavía
existe alguna de estas librerías, así que, aunque hoy haga frío, viento o nieve,
abrigaros y acudir a visitarlas, pues
hoy es su día. Y si finalmente así lo decidís, buscad estas sugerencias.
Florence decide abrir una pequeña librería, que será la primera del pueblo. Pero pronto se topará con la resistencia muda de las fuerzas vivas del pueblo que, de un modo cortés pero implacable, empezarán a acorralarla. Florence se verá obligada entonces a contratar como ayudante a una niña de diez años, de hecho la única que no sueña con sabotear su negocio. Cuando alguien le sugiere que ponga a la venta la polémica edición de Olympia Press de Lolita de Nabokov, se desencadena en el pueblo un terremoto sutil pero devastador.
“Cuando le vendes un libro a alguien no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche. En un libro cabe todo, el cielo y la tierra, en un libro de verdad, quiero decir. ¡Repámpanos! Si en lugar de librero fuera panadero, carnicero o vendedor de escobas la gente correría a su puerta a recibirme, ansiosa por recibir mi mercancía. Y heme aquí, con mi cargamento de salvaciones eternas. Sí, señora, salvación para sus pequeñas y atribuladas almas. Y no vea cómo cuesta que lo entiendan. Sólo por eso vale la pena. […] ¡Es un nuevo campo, pero vaya si vale la pena! Eso es lo que este país necesita: ¡más libros!"
La librería ambulante. pp. 141-142
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