Aunque parezca
increíble, todavía hoy cuando abro un libro, éste no deja de sorprenderme. El
otro día necesitaba consultar un dato sobre Pedro Páramo y en lugar
de acudir directamente a Google, quizás porque recordaba que fue lectura
obligatoria, -¡qué unión de palabras tan antagónica!-, en COU, cogí el manual de la estantería. Que
queréis que os diga, a veces siento
nostalgia por ciertos libros, y éste es
uno de ellos ya que fue en él donde adquirí mis primeros conocimientos de
literatura española del siglo XX. Movido por la curiosidad, o por la evocación
del recuerdo de mis años de estudiante, en lugar de acudir directamente al
índice y buscar el tema que me ocupaba, abrí el libro por la primera página, y
me encontré con estos epígrafes que expongo a continuación.
A pesar de
tanto tiempo, la edición que conservo es de 1988 y corregida en 1986, estas citas no sólo son de gran actualidad
sino que, a día de hoy, aún debemos tenerlas presente. Es curioso como un libro
nunca termina de decir lo que tiene que decir. Casi ningún libro se contenta
con los límites de sus páginas. Hay muchos libros que tienden a desbordarse,
que rebosan significados y múltiples lecturas. Es más, un libro no es un ente
aislado, incomunicado, sino que como un árbol que va tendiendo sus ramas, es
una constante relación, un eje de innumerables relaciones, una avenida que se
prolonga a través de diversas calles, y que nos permite explorar vías nuevas, o
contemplar otras que ya conocíamos bajo un nuevo prisma. Un libro siempre
deferirá de otro, anterior o ulterior, por la manera de ser leído; y es que un
libro nunca se acaba, en cada época nos ofrecerá una lectura nueva.
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