Escribo
porque tengo miedo. Cavo trincheras de palabras donde esconder la cabeza.
Gesualdo Bufalino
Todos nos alegramos cuando
comprobamos que aquello que de alguna manera intuimos o sospechamos finalmente
termina por cumplirse. Ya hace algún tiempo que vengo dando vueltas a la idea
de que habiendo tantos buenos libros para leer no merece la pena perder el
tiempo con tanta novelilla de tres al cuarto que se viene publicando. Si
existiera al menos un poco de crítica honesta, que hiciera gala de su nombre y
no fuera más que otro reclamo publicitario más, aprovecharíamos mejor el tiempo
con otras lecturas más convenientes. Uno de los últimos libros que he leído fue
una recomendación del escritor Daniel Hernández Chambers en un encuentro que
tuvimos a principios de año. El libro en cuestión es Argos el ciego de
Gesualdo Bufalino, y me alegra confirmar la idea de que habiendo tantos buenos
autores, vivos o muertos, por descubrir, la literatura, aun hoy, puede llegar a
impresionarnos.
En Argos el ciego, el narrador,
que se llama también Gesualdo, en el umbral de la vejez, recuerda un verano
feliz, de 30 años atrás, en Módica, al sur de Sicilia. Con la vista puesta en el
pasado, deja fluir los recuerdos: el incendio de la vida, el estallido del
amor, la arrojada juventud, ahora ya simples rescoldos, vuelven a aflorar en su
pensamiento. Entonces, Módica, el pueblo rememorado, era, anota Argos-Bufalino,
"un escenario de piedras rosa, una
fiesta de prodigios. Y cómo olía a jazmín al hacerse de noche". De ese
modo, regresan al presente las soñadas muchachas en flor y los galanes quemados
por el deseo, pues este libro habla de la felicidad, de la gloria de los
cuerpos llameantes.
Es difícil reseñar una obra de
tal envergadura y exigencia en un apresurado post, a vuelapluma tras su lectura. El universo mundo de la Sicilia
de Bufalino y de sus recuerdos de juventud requiere un sondeo profundo, pues es
su estilo, más que el argumento, lo realmente poderoso de esta novela. Argos
el ciego exige al lector permanecer con los ojos bien abiertos si no
quiere que una distracción ocasional le haga perder las bellas uniones que
forman sus palabras, lo que pone de manifiesto que la poesía no es un
patrimonio exclusivo del verso. La emoción lírica aparece con frecuencia en la
novela, si está bien escrita, aunque ejemplos de ésta cada vez encontremos
menos. Cada lector podrá escoger muchos fragmentos, que sirvan para ilustrar
esto último, yo mismo tengo varios anotados, sin embargo, me quedo con el
capítulo II del libro, lo releí tres veces. El modo de Bufalino, tan sencillo y
poético a la vez, de expresar el paso el tiempo es de una belleza extraordinaria:
“Noches,
noches entradas de verano, […] y sobre el campo de olivos y encinas sigue
colgando una afilada luna, sembrándolo de topos blancos como sayas de novicias;
[…]
Las otras
tres estaciones, antes de aquel verano, habían volado con rapidez, ni tristes
ni alegres. El otoño depositó alguna gasa de niebla tras los cristales del
aula, y el último tábano en expirar, pataleando entre dos páginas del libro de
calificaciones. El último higo de octubre se arrugó de almíbar, sin ser
recogido, en una rama resecada por el frío, en el campo sólo quedaron las
flores de cardo, erguidas, como un miserable pelotón de esqueléticos
capuchinos. Luego, las moreras de los patios comenzaron a deshojarse, empezó a
llover cada día, […], como a propósito, como por envidia de las estrellas
contra el primer, siempre prometido y siempre aplazado, paseo del año escolar.”
Pero sobre todo nos sentimos deslumbrados ante el rico venero idiomático que fluye del libro: un prodigioso festín de palabras, un auténtico torrente verbal que desborda y se expande, y que enfrenta al lector a múltiples referencias y voces de la cultura clásica y cuyo significado deberá buscar, a veces sin éxito, en el diccionario. Lo cierto es que Gesualdo Bufalino es una vorágine verbal. Con él florece el milagro de la palabra en cada palabra; cada palabra sucede, ocurre, corre, se oculta, aparece, despierta recuerdos ocultos, descubre horizontes nuevos. Cada palabra tiene su acción, o su omisión, y es el lector, su único compañero a través de estas páginas, el que tiene que averiguar lo que sucede entre la sucesión de palabras, en cada insólita unión de palabras, para entender lo que hay dentro de ellas.
La ambición creadora del autor
apenas se deja aprehender en una somera lectura. Si, como dijo Genet, la
dificultad es la cortesía del autor con el lector, Bufalino nos invita cortésmente
y con fruición a leer y releer cada una de sus páginas. La reconstrucción del pasado
del autor es tarea ardua pero cuya recompensa aguarda a quienes no se arredran
ante la dificultad y apuestan por el triunfo final de la literatura.
Estoy leyendo esta bellísima novela por sugerencia muy afectuosa de un amigo que me la ha prestado . Me alegra encontrar escrito en su comentario todo lo que siento al leerla .¿Qué más puedo agregar ? Sólo intentar expresar la fascinación, la felicidad que me produce esta lectura ,la felicidad del tiempo suspendido en la lectura "¿ O no era acaso, la felicidad,el sentimiento de una suspensión,el sentimiento de un tiempo inmóvil y dorado ? ...Palabras inventadas y tiempo suspendido:ésta es mi receta para ser felices ." (Cap. VIII)
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