Indudablemente el asunto de los
libros, desde cualquier perspectiva, es el que más interesa al bibliotrópata,
por ello cuando encuentra un libro que habla sobre libros lo disfruta con
especial fruición; pero además, si este hallazgo trata al mismo tiempo sobre la
profesión que uno desempeña, el descubrimiento es doblemente celebrado. Hay que
reconocer que no es muy habitual dar con un ejemplar en el que se cumplan estas
dos premisas, pero en mi caso, no sé si fue el azar que se muestra siempre
caprichoso, o mi capacidad bibliotrópata practicada durante años, la cual me
permite pasarme impasible horas y horas revisando las baldas de las
librerías, lo que supuso que finalmente
diera con Signatura 400.
Se trata de
una ocurrente novela de no más de un centenar de páginas de la francesa Sophie
Divry, ambientada en una biblioteca, donde la bibliotecaria entabla una curiosa
conversación con un usuario de la misma, usuario, que olvidado por todos, había
pasado la noche en el sótano, encontrado al día siguiente por la protagonista.
Por una vez, la bibliotecaria que ni siquiera tiene nombre, y a quien nadie se
dirige como no sea para pedir libros en préstamo, es la única que habla, porque
en realidad la novela es un extenso monólogo sobre el origen, la historia y la
situación actual de las bibliotecas y de la cultura en general.
La diligente
bibliotecaria se pasa el día ordenando, clasificando y poniendo signaturas. Es
totalmente organizada y detesta la anarquía, por ello adora a Dewey, el creador
de la CDU, el sistema de organización de las
bibliotecas. Así y todo, reconoce que le incomoda un tanto la visión de una biblioteca,
recorrida por largas estanterías organizadas por materias, donde cualquier
aspecto de nuestra vida está absolutamente circunscrito: desde nuestro
pensamiento y religión, hasta nuestras aficiones, la economía, el arte, nuestro
pasado, o incluso nuestra sexualidad. Todo está minuciosamente clasificado, y
todo en distintas signaturas para complicarlo aún más.
Podría
pensarse que Signatura 400 es un libro escrito por una bibliotecaria para
sus similares; y por supuesto que se trata de una novela que va a entusiasmar
sobre todo al gremio de bibliotecarios y libreros, pero aparte de esto, en el
fondo subyace una interesante reflexión sobre la “democratización de la
cultura”. La bibliotecaria, generalmente ninguneada y confinada en un sótano en
la sección de geografía, únicamente dos signaturas, la 900 y la 910, cuando por
una vez tiene delante un usuario que no puede escapar, toma la palabra y
extiende una larga perorata sobre la calidad de los libros que se publican
actualmente. Experimentada lectora de autores clásicos, detesta las insulsas y
ridículas novelas románticas, pero lo que más odia son los libros que denomina “exprés”, libros que se “encargan, se escriben,
se imprimen, se televisan, se compran, se retiran, y se destruyen”; libros,
como ella afirman, que nacen con fecha de caducidad, y que no sirven más que
para envolver sardinas, opinión que comparto en gran medida. Hoy en día la
mayoría de los libros se publican bajo distintivos del tipo “la novela del
año”, “la mejor novela jamás escrita”, “el autor revelación” y lemas
semejantes. Sin embargo, de cuánto de esos libros nos acordamos a la vuelta de dos
días. Quizás, uno de los rasgos más característicos de nuestra sociedad es
primar el presente y sus contingencias sobre la importancia de valores y
conocimientos adquiridos a través de una cultura secular. Desgraciadamente, una
cultura como la nuestra, probablemente no dejará huella.
Pero a nuestra
desencantada bibliotecaria no es sólo esto lo que más le preocupa. El hecho que más le indigna y le crispa los nervios es el hueco que ha
dejado la signatura 400, la de las lenguas, la base de nuestro pensamiento, que
ha sido eliminada en todas las
bibliotecas, para pasarla al 800. Tal vez esta supresión suponga una metáfora
de esta inanidad cultural a la que estamos asistiendo. Por suerte, como a esta
bibliotecaria, siempre nos queda la
buena literatura y los libros, los buenos libros, como dice ella, para elevarnos.
A pesar de que la edición española a cargo de Blackie Books emuy cuidada y resulta original, no he podido resistirme a colgar la portada de la edición francesa, bastante más sutil.
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