En una de las entradas pasadas ya
comenté que durante un tiempo me iba a dedicar a la lectura de novela juvenil, pues desde mis tiempos de instituto son
contadas las que he podido leer. Ya entonces adelantaba que me resultaba muy
difícil averiguar por donde andaban los intereses de los chavales de hoy, tan
dispares y alejados de los míos.
En las dos últimas semanas he
leído cuatro novelas del autor juvenil Daniel Hernández Chambers: La
ciudad gris (2006), La ciudad de la bruma (2010), el Códice
Astaroth (2011) y El enigma Rosenthal (2010). Todas
ellas coinciden, a excepción de La ciudad gris novela que en mi
opinión merece una especial atención, en una trama argumental basada en un enigmático
misterio por descubrir, y que desde las páginas iniciales atrapa la atención
del lector, desdoblándose, en ocasiones, en tramas paralelas que suceden en distintos
períodos de la historia. También destaca Hernández Chambers por un acertado
retrato psicológico de los personajes, siempre unos mejores que otro. Pero
sobre todo, resaltaría su capacidad para recrear ambientes y lugares; con
cuatro pinceladas muy sutiles pero seguras a la vez es capaz de transportarnos desde
el Londres de finales del XIX, cuando Jack el Destripador cometía sus
horripilantes asesinatos, a un convento asturiano de la Edad Media o a una
recóndita mansión en los bosques
alemanes. No obstante he de reconocer que, aunque tengo mi propio juicio de
valor estrictamente literario, no me atrevo a hacerlo público pues creo que me
falta algo esencial saber si estas lecturas conectan con los jóvenes lectores.
Reconozco que mi experiencia con
la literatura juvenil es muy limitada y se reduce a mi trabajo como
bibliotecario, sin embargo por lo que allí veo, aparte de las lecturas obligatorias,
los libros que leen los adolescentes están muy lejos de los que suelen ganar
los premios nacionales de LIJ o de los que aparecen en la cada vez más exigua
crítica destinada a este tipo de literatura. Todo esto me lleva a preguntarme en
qué piensan los que recomiendan libros para niños. La respuesta la podemos
encontrar si establecemos un paralelismo con el lector adulto. Podemos aceptar
que existen dos tipos de literatura: una, por decirlo de alguna manera, de
calidad, aceptada por la crítica, y otra, de consumo rápido y mayoritario, que
no siempre goza del beneplácito de ésta; y por lo tanto, del mismo modo, existen dos tipos de lectores: el lector
crítico y lector mecánico que decía Edith Wharton, y cada cual elige el lado en
el que prefiere estar. Sin embargo, en lo referente a los lectores adolescente,
creo que la cuestión no es tan sencilla,
pues estos, como en el resto de ámbitos de la vida, están aprendiendo, descubriendo
sus intereses y aficiones, y no es precisamente, no nos engañemos, leyendo un
libro como pasan gran parte de su tiempo. Para la gran mayoría de ellos, leer
no deja de ser una obligación, una tarea académica más. Por mucha calidad
literaria que tengan las novelas que recomienden los profesores o especialistas,
es difícil que se sienta atraídos por el placer de la lectura. Es cierto que como padres y educadores tenemos cierta responsabilidad
y es labor nuestra fomentar la creación de un pensamiento y una opinión personal
y crítica, pero si queremos que nuestros hijos el día de mañana sean grandes
lectores, hemos de ser más permisivos con sus lecturas iniciales, dejarles que se
acerquen por si solos a la lectura, que lean aquello que más les guste, y casi
con toda seguridad, con el tiempo ellos mismos aprenderán a discernir el grano
de la paja e irán educando su gustos literarios.
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