Desde aquellos
remotos años de estudiante de bachillerato en los que descubrí en clase de Literatura los caligramas de Apollinaire suelo acercarme de tanto en tanto a la
poesía visual o experimental. Con el tiempo me he ido adentrando en esta
vertiente poética sobre todo a partir de la obra de Joan Brossa primero y Chema
Madoz después. Aunque no suelen ser muy numerosas las publicaciones sobre este
tipo de poesía, excepto alguna antología de poesía de vanguardia o los
denominados “Libro de autor”, de tanto en tanto aparecen nuevos acontecimientos
que hacen que este género literario sea cada vez menos excepcional. Hechos como la
exposición que la BNE le dedicó en el 2008, "La imagen en verso", o la antología
de Alfonso López Gradolí, Poesía Visual Española (Antología incompleta) (2007),
así como la reciente Poesía Experimental Española (Antología incompleta)
(2012), dan buena prueba de ello.
Se considera
que la poesía visual se mueve en un terreno fronterizo entre la literatura y la
plástica, manteniéndose equidistante entre ambas; sin embargo, es cierto que
definir un género poético que participa más de la imagen que de la palabra
resulta un tanto complicado. Por ejemplo para Joan Brossa poesía visual es todo
aquello que se puede ver y contiene poesía. Ahora bien, saber qué tiene o deja
de tener poesía, no es tarea fácil; pero, ¿cómo se puede definir con la razón
aquello que apela directamente a los sentimientos y al corazón?
Entre sus
características, uno de los puntos más relevantes que destacaría de este tipo
de poesía es su capacidad sintética: el máximo de expresividad con el mínimo de
recursos. Y es que, sea como fuere, es indudable que el signo gráfico dentro de
un lenguaje icónico, con sus múltiples significados polisémicos, tiende hacia
la consecución de un lenguaje universal e intercultural, que no termina de
completarse hasta que entra en contacto con el receptor y este, a través de su
propia interpretación, comparte la magia del poema. Bien es cierto que no es
necesario que la interpretación del lector coincida con la del poeta, ya que
puede darle nuevas interpretaciones y esto siempre será un enriquecimiento para
el poema.
En última
instancia, la poesía visual constituye una provocación; de hecho uno de los
factores que se pone en evidencia es el componente lúdico que acompaña al poema
visual, y que convierte a los espectadores en actores, provocando en ellos
ganas de jugar con las palabras y los objetos hasta que, finalmente, se sientan
ello también poetas.
Ejemplos de
poesía visual podemos encontrar muchísimos, incluso la publicidad impresa
muchas veces son auténticos poemas, pero para mí hay uno que pone de relevancia
todas estas características. Se trata de “Tradición Literaria” del poeta Benito
del Pliego (Madrid, 1970), ganador en el 2003 del certamen de Poesía
Experimental organizado por la Diputación de Badajoz. Este poema destaca por
una simplicidad de elementos, únicamente dos lápices, y cuyo mensaje viene
finalmente desarrollado por el título del poema: “Tradición literaria”.
Benito del Pliego, "Tradición Literaria". (2003) |
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