martes, 5 de febrero de 2013

UN POEMA




Desde aquellos remotos años de estudiante de bachillerato en los que descubrí en clase de Literatura los caligramas de Apollinaire suelo acercarme de tanto en tanto a la poesía visual o experimental. Con el tiempo me he ido adentrando en esta vertiente poética sobre todo a partir de la obra de Joan Brossa primero y Chema Madoz después. Aunque no suelen ser muy numerosas las publicaciones sobre este tipo de poesía, excepto alguna antología de poesía de vanguardia o los denominados “Libro de autor”, de tanto en tanto aparecen nuevos acontecimientos que hacen que este género literario sea cada vez menos excepcional. Hechos como la exposición que la BNE le dedicó en el 2008, "La imagen en verso", o la antología de Alfonso López Gradolí, Poesía Visual Española (Antología incompleta) (2007), así como la reciente Poesía Experimental Española (Antología incompleta) (2012), dan buena prueba de ello.




Se considera que la poesía visual se mueve en un terreno fronterizo entre la literatura y la plástica, manteniéndose equidistante entre ambas; sin embargo, es cierto que definir un género poético que participa más de la imagen que de la palabra resulta un tanto complicado. Por ejemplo para Joan Brossa poesía visual es todo aquello que se puede ver y contiene poesía. Ahora bien, saber qué tiene o deja de tener poesía, no es tarea fácil; pero, ¿cómo se puede definir con la razón aquello que apela directamente a los sentimientos y al corazón?

Entre sus características, uno de los puntos más relevantes que destacaría de este tipo de poesía es su capacidad sintética: el máximo de expresividad con el mínimo de recursos. Y es que, sea como fuere, es indudable que el signo gráfico dentro de un lenguaje icónico, con sus múltiples significados polisémicos, tiende hacia la consecución de un lenguaje universal e intercultural, que no termina de completarse hasta que entra en contacto con el receptor y este, a través de su propia interpretación, comparte la magia del poema. Bien es cierto que no es necesario que la interpretación del lector coincida con la del poeta, ya que puede darle nuevas interpretaciones y esto siempre será un enriquecimiento para el poema.

En última instancia, la poesía visual constituye una provocación; de hecho uno de los factores que se pone en evidencia es el componente lúdico que acompaña al poema visual, y que convierte a los espectadores en actores, provocando en ellos ganas de jugar con las palabras y los objetos hasta que, finalmente, se sientan ello también poetas.

Ejemplos de poesía visual podemos encontrar muchísimos, incluso la publicidad impresa muchas veces son auténticos poemas, pero para mí hay uno que pone de relevancia todas estas características. Se trata de “Tradición Literaria” del poeta Benito del Pliego (Madrid, 1970), ganador en el 2003 del certamen de Poesía Experimental organizado por la Diputación de Badajoz. Este poema destaca por una simplicidad de elementos, únicamente dos lápices, y cuyo mensaje viene finalmente desarrollado por el título del poema: “Tradición literaria”.


Benito del Pliego, "Tradición Literaria". (2003)

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