Un viernes 28 de junio, tal como hoy pero hace
cincuenta años, la editorial Sudamericana publicaba Rayuela, una ambiciosa e
intrépida novela que suponía una rebelión contra el lenguaje literario y que,
como un torbellino, llegó para instalarse en el páramo yermo de las letras
nacionales, tan ensimismadas como estaban en su anquilosado e inamovible
realismo social. Así, discretamente, Cortázar se situaba en el centro del
deslumbramiento y del estupor.
Yo la leí el verano pasado, y he de confesar
que me enfrenté a ella con cierto temor y con la solemnidad que requieren las
obras de arte que han entrado por méritos propios en la esfera de lo mítico. Sin embargo, a pesar
de ser más innovadora o revolucionaria que legendaria, me imagino que me pasó
con Rayuela lo mismo que le sucede a la gran mayoría de sus lectores que,
aunque nunca terminas de poder abarcarla en su totalidad, te seduce
inmediatamente, lo cual la convierte en
más admirada; y hemos de reconocer que lograr esa dimensión no es tarea fácil.
No es extraño encontrarnos con libros que, aunque literariamente pueden ser
impecables, estos no llegan a conmovernos y nos dejan indiferentes, sin
embargo, contrariamente, después de leer Rayuela nada en el panorama literario
nos parecerá igual.
En principio, Rayuela sorprende por su amplio
despliegue de innovaciones técnicas de la literatura contemporánea, y es
cierto, pero al mismo tiempo es también una narración inesperadamente clásica,
al menos en aquellos capítulos que se puede seguir la secuencia argumental del
devenir de Talita, Traveler, Oliveira y la Maga. Ejemplos de esto podemos
encontrar muchos, pero pongamos por caso el episodio de la muerte de Rocamadour,
el hijo de la Maga, uno de los más solemnes y trágicos de toda la novela, pero
al mismo tiempo de un gran lirismo descriptivo.
Pero de otro lado, es en la fragmentación y en
su carácter torrencial donde Rayuela sí que es una novela muy contemporánea
sobre todo por una constante búsqueda de estructuras más originales y
expresivas. Aunque lo tremendamente moderno es su escritura. No por
los saltos de capítulos y la posibilidad de elegir el propio camino, de la que
hablaremos a continuación, es el modo de narrar lo que la hace moderna, es la
escritura de alguien con una sensibilidad fuera de lo común. Así Rayuela era
entonces, y continua siendo ahora, una
novela extraña en la que tiene cabida todo el universo del propio Cortázar,
quien dejó muy claro que él no quería engañar al lector, sino escribir una
contranovela, un libro que no se pareciera a las novelas y que tampoco se
pareciera a nada de lo que había escrito hasta entonces.
“Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinovelesco). Sin vedarse los grandes efectos del género cuando la situación lo requiera, pero recordando el consejo gidiano, ne jamais profiter de l’élan acquis. Como todas las criaturas de elección del Occidente, la novela se contenta con un orden cerrado. Resueltamente en contra, buscar también aquí la apertura y para eso cortar de raíz toda construcción sistemática de caracteres y situaciones. Método: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie. “ (cap. 79)
Es evidente que Rayuela no nació para ser un
libro cualquiera. Aunque naturalmente se puede leer como cualquier libro
empezando por la primera página y terminando en las trescientas y pico de las
casi seiscientas que tiene el libro, pero también existe otra manera de leerlo
siguiendo un orden, aparentemente arbitrario, que propone el autor al
principio. Este juego, como todos los juegos de Cortázar, tiene una alta
graduación poética que le permitía romper con la solemnidad de discurso que a
veces tienen los libros.
Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto. (cap. 59)
De ese modo Julio Cortázar intenta cambiar
entre otras cosas el lugar del lector en este mundo estableciendo con él una
especie de diálogo o intercambio donde una frase, un fragmento, o un capítulo
que por sí solo es un ingenioso aforismo, estimule la imaginación del lector,
desafiándolo para que tome distancia y responda al misterioso mutismo del
lenguaje escrito.
“Las formas exteriores de la novela han cambiado, pero sus héroes siguen siendo los avatares de Tristán, de Jane Eyre, de Lafcadio, de Leopold Bloom, gente de la calle, de la casa, de la alcoba, caracteres. Para un héroe como Ulrich (more Musil) o Molloy (more Beckett), hay quinientos Darley (more Durrell). Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo.»” (cap. 97)
Si se publicara Rayuela por primera vez en la
actualidad, creo que no tendría cabida en la mesa de novedades de cualquiera de
las grandes librerías del país junto a infernos y misiones olvidadas. Incluso
algún que otro crítico lúcido de suplemento cultural semanal la acusaría de
excesivamente larga, que no hay acción, que la relación amorosa no es muy
convencional, que algunos capítulos son prescindibles, y que las referencias
cultas dejan por fuera a la gran mayoría de los lectores. Sin embargo, tanto ayer como hoy, Rayuela es
uno de esos libros que no busca adaptarse al gusto de la masa lectora de su
época, sino todo lo contrario: oponiéndose a ese gusto, lo que pretende es
modificarlo, enriquecerlo, hacer que fuera más complejo y exigente. Con todo
Rayuela es una novela que quien la ha leído, no solo lo ha hecho dos o tres o
más veces, sino que incluso ahora, tomando como excusa este vano aniversario,
querrá leerla de nuevo. No para saber cómo era, sino para saber cómo es.
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