La razón por la que últimamente
no haya publicado nada en el blog se debe sobre todo, como me imagino que os
sucede a la gran mayoría de vosotros, a que en ocasiones el trabajo y las
obligaciones te desbordan; es entonces el momento de pararse y elegir cómo quieres pasar el escaso tiempo libre que te quede. En mi caso, he preferido
destinarlo a la lectura, y para ser sincero he tomado más de una nota, una
primera impresión de estas, sin embargo, una vez que comenzaba a redactarlas
para publicarlas me daba cuenta de que no aportaba nada nuevo a lo que ya
estaba escrito, por lo que prefería continuar leyendo antes que perder el
tiempo con cosas que ya habían sido dichas.
A raíz de mis últimas lectura, -El
origen del mundo, Argos el ciego, La ridícula idea de no volver a verte, Pedro
Páramo, o la última Intemperie-, he podido confirmar un
hecho sobre el que llevo pensando algún tiempo: el tamaño sí importa, pues
últimamente parecer ser que para que cualquier novela se convierta en un éxito
de ventas no tiene que tener menos de unas ochocientas páginas o así. Cómo si
la calidad de un escritor funcionara a peso, igual que las patatas en el
mercado de los lunes.
Lo realmente importante no es escribir páginas y páginas para
demostrar el valor literario de un autor. Lo que de verdad merece la pena, el
gran logro del buen escritor, es saber cuando uno debe dejar de retorcerse
sobre lo inútil, lo innecesario, y esto creo que ha sido una gran logro del
escritor Jesús Carrasco con su opera prima Intemperie.
Intemperie forma parte de esa larga tradición de novelas de
aprendizaje, desde El Lazarillo hasta El guardián entre el centeno, pasando
por La isla del tesoro, en las
que jóvenes emprenden viajes iniciáticos para convertirse en adultos. En este caso,
además, el protagonista irrumpe con una
descarnada violencia en el mundo de los adultos, que es el mundo de la
brutalidad.
El ambiente descrito es un
infierno convertido en llano desolador, caldeado por el bochorno de un sol
impasible, esa intemperie a la que alude el título y donde no hay ni un adarme
de sombra donde guarecerse. Quizás porque, aun sin proponérmelo, lo leí después
de Pedro Paramo, o porque las
influencias son más que notorias, el ambiente no puede ser más rulfiano: el
niño que huye de un pueblo fantasmal, asolado por una pertinaz sequía donde el
agua escasea y hay que recorrer varios kilómetros para encontrarla, aunque esté
corrompida. Y al igual que Comala, el espacio físico, aunque no se pueda
localizar con exactitud geográficamente, también es un espacio mítico, aislado
del resto del mundo, que parece existir en mitad de la nada más desoladora.
Sin embargo, lo que quiero
destacar no son tanto las posibles influencias como el estilo de la novela, lo
que la diferencia y la hace atípica. Mucho se ha comentado ya del estilo
sobrio. Sí es sobrio en sus diálogos. Sobrio y conciso, a lo McCarthy de En la carretera. Sobrio en cuanto
que la acción queda prácticamente reducida a la mínima expresión, sin recurrir
a los socorridos diálogos que tan de moda están ahora, y que, como decimos,
solo sirven para rellenar hojas y más hojas pero totalmente vacías de
contenido. Pero, por el contrario, las descripciones son de un lirismo brutal, capaz
de sumergirnos en ese suspense que no sé cómo ni por qué pero va adquiriendo la
misma intensidad que la luz del sol, que sofoca a los protagonistas y nos
asfixia a nosotros, y que es capaz de deslumbrarnos, de dejarnos atónitos ante
una belleza tan inusitada como cruel al mismo tiempo. Pues la belleza de Intemperie es una belleza desnuda
sin miramientos, una belleza que da miedo, nada complaciente, una belleza que
no es cobijo sino totalmente intemperie.
Intemperie es un ejemplo más de
escritura de calidad, pues volviendo a la idea del principio, escribir bien no
es lo mismo que poner un libro en la báscula y comprobar su peso, esto sería
tan imbécil como preguntarse qué pesa más un kilo de paja o un kilo de novela.
Tengo unas ganas tremendas de leerlo.
ResponderEliminarAunque hablar tan bien de un libro puede crear falsas expectativas, creo que no te decepcionará.
ResponderEliminarPor desgracia, hay muchos críticos que aún creen que la novela por excelencia es el novelón decimonónico. De "Jo confesso", de Jaume Cabré (1008 páginas), se dijo que era la gran novela decimonónica de principios del XXI. Y sí, es verdad, es una gran novela, al igual que lo es "2666" de Bolaño y "La broma infinita" de Foster Wallace, pero muchas novelas escuetas también lo son.
ResponderEliminarEvidentemente te has convertido en el contrapunto de mis opiniones. Cuando hablo de novelones no me refería a los que tú has citado, aunque prefiero "Las voces del Pamano" a "Yo confieso", pues seguramente tendrán la extensión que necesitan, ya que todos ellos indagan, experimentan y llevan al límite nuevas vías narrativas. Yo me refería sobre todo a aquellos best sellers que no hacen más que dar vueltas en círculo sobre un mismo tema para llegar a la extensión mínima requerida.
ResponderEliminarEn el tema "best seller" mejor ni entrar. No vale la pena.
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