Bibliotecas, renovarse o morir
"Es pasado el tiempo en que la biblioteca se parecía a un museo, en que el bibliotecario era una suerte de ratón entre húmedos libros y en que los visitantes miraban con ojos curiosos los antiguos tomos y los manuscritos. Es presente el tiempo en que la biblioteca es una escuela, en que el bibliotecario es en el más alto sentido un maestro y en que el visitante tiene la misma relación con los libros que el trabajador manual tiene con sus herramientas."
Melvil Dewey (1851 - 1931)
Hoy se celebra el día de las
Bibliotecas y como para tantos otros sectores relacionados con el mundo del
libro no corren buenos tiempos para ellas. Mientras que los más apocalípticos
auguran un final muy próximo, pues en esta sociedad cada vez más tecnificada
poco o nada tienen que hacer, los más avispados burócratas ya se están frotando
las manos pensando en convertir esos espacios en centros recreativos, salas de
fiestas para la tercera edad, o cualquier otra inimaginable atracción que deje
un mayor rédito electoral.
Biblioteca de Stuttgart (Alemania) |
Es una cuestión innegable que la
función principal de las bibliotecas es de servicio a la sociedad. A parte de los ya tradicionales que ofrecen a
sus usuarios como la posibilidad de acceso a cualquier tipo de información o
fomentar los hábitos de lectura entre la población, las bibliotecas actuales
también posibilitan el acceso a internet y a otras nuevas tecnologías,
atendiendo de este modo a los sectores más desfavorecidos, y reduciendo, en la
medida de lo posible, la gran brecha digital creada entre los distintos estamentos
de la sociedad.
Pero por otra parte, también es
cierto que las bibliotecas no pueden seguir pensando en un futuro de
continuidad guiadas por las costumbre, haciendo las mismas cosas que hacían
años atrás. Está claro que lo que siempre ha funcionado pronto dejará de
hacerlo, pues las generaciones de nuevos usuarios, del mismo modo que la
sociedad, evolucionan y se transforman casi a la velocidad de la luz. Por lo
tanto, si no queremos que las bibliotecas desaparezcan en el futuro, no les
queda otra que elaborar un plan arriesgado, reinventar sus tareas y sus
servicios, y no hablo ya de algo evolutivo, como el paso del catálogo
bibliográfico en papel a un sistema informático, sino que ha de ser un cambio
drástico, subversivo y revolucionario, que se adelante a su tiempo y que además
pueda prever lo que está por venir.
Biblioteca Central de Seattle (Estados Unidos) |
Y en este espacio de reinvención
el bibliotecario juega un papel esencial. Éste ya no puede ser aquel férreo
guardián de los libros que los protegía con un desorbitado celo como si de un propio
feudo se tratara y ordenaba silencio al más mínimo chisteo. El nuevo
bibliotecario se ha de presentar a sus usuarios como su “personal librarian”,
siguiendo la terminología anglosajona
tan de moda para marcar las nuevas tendencias. Se ha de erigir en la persona
clave de contacto que conoce los gustos e intereses de sus usuarios, que se
adelanta a sus desideratas, y que, como
el faro, sepa guiar y orientar, pues no todo el mundo tiene claro lo que busca
y necesita consejo. Este bibliotecario ha de contribuir al redescubrimiento de
esas novelas de siempre, que en la mayoría de las ocasiones quedan ocultos tras
el panel de novedades efímeras, pues, al fin y al cabo, las bibliotecas
constituyen nuestra memoria, son nuestro ADN, ya que los títulos que albergan
nos identifican, hablan de nuestras referencias lectoras, nos dicen lo que
fuimos y trazan nuestra cartografía intelectual. Y jamás debe actuar como aquel
famoso librero de la Generación del 27, que abroncaba a sus clientes cuando
compraban malos libros, en todo caso reorientar su elección.
En definitiva, el futuro de las
bibliotecas nadie lo sabe por mucho que se empeñen en tratar de descifrarlo,
aunque es indudable que la ruptura con la tradición es insoslayable para
avanzar hacia nuevos horizontes más favorables. La nueva biblioteca tiene que
adaptarse a las nuevas generaciones, ser más flexible, participativa e
imaginativa, y si ellas mismas no son capaces de transmitir a las instituciones
superiores el valor que aportan a la sociedad con pruebas más palpables y
evidentes, éstas, por mucho halo de culturalidad y buen hacer que les envuelve,
en momentos de austeridad como estos no tendrán ningún reparo en prescindir de
ellas, como lamentablemente ya está sucediendo.
Biblioteca Real Danesa, Copenhagen (Dinamarca) |
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