Leemos en cualquier momento, en
cualquier lugar. Leemos sobre papel y sobre pantallas. Los hay quien lee de
camino al trabajo, otros a la hora de comer, muchos en la cama antes de dormir.
Lo cierto es que cada cual encuentra su espacio y su mejor hora para leer.
Una amiga me comentaba que
disfrutaba mucho de su hora de la lectura, y no porque le encanta leer, que
también, sino porque había conseguido que ese tiempo que le dedica a la novela
que lleva entre manos fuera único. Me contaba esta amiga que cuando se queda
sola por las mañanas, después de que toda su familia saliera hacia sus
quehaceres, ella se preparaba un delicioso café humeante y unas tostadas, y
dependiendo de la estación del año, sale a la terraza a esa hora de la mañana
en la que los incipientes rayos todavía no queman demasiado, o bien se queda
junto a la ventana de la cocina, la más luminosa a esa hora del día, y entonces
junto a la taza de café y su libro, o e-reader, tanto le da, comienza a dejarse
seducir por la lectura.
(vía flickr - Dani Lunardi) |
Estas conversaciones con ella me
hicieron pensar que con el tiempo también he adquirido ciertos rituales de
lectura. En verano, por ejemplo, suelo pasar algunas temporadas en el campo.
Allí he encontrado un espacio tranquilo donde coloco un viejo sillón de mimbre
modelado por el tiempo, y a esa hora del día,
bajo el peso de un sol muy blanco, cuando la luz es más abrasadora, me
siento bajo la sombra de una parra centenaria, y abro mi libro por donde lo
dejé la última vez; y por unos de esos raros portentos de la vida, el tiempo se
va deteniendo, y muy tranquilamente comienzo a diluirme entre las páginas del
libro.
(vía flickr - Danieladenkova) |
Sin embargo, durante el año he
adquirido otros hábitos lectores. Últimamente me levanto muy temprano para
leer, antes incluso de que salga el sol. A esas horas del día no suena el
móvil, y los correos nuevos que entran por la bandeja no son más que
publicidad. Paulatinamente, lo que antes podía ser un suplicio por tener que
madrugar, se ha ido convirtiendo en el momento más especial del día, un momento
único que me dedico a mí mismo. Además de madrugada, con un café con leche bien
cargado, es posible tomarse las páginas con más calma. Una calma serena que
todo lo domina y que abre un espacio ideal para las ensoñaciones, para las
reflexiones certeras de los otros capaces de conducirnos hacia esa idea
luminosa que quizás nunca se nos hubiera ocurrido. Y cuando llega la hora de
marcharme a trabajar, una rabia furiosa me impide levantarme del sillón y
comienzo una batalla sin cuartel contra el reloj, arañando hasta las últimas
décimas de segundo. Sin embargo, hoy por hoy, no conozco forma más prodigiosa
de empezar el día.
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