Me había hecho el firme propósito
de que nunca hablaría de la famosa trilogía de las Sombras de Grey. Se ha
escrito y dicho tanto sobre ella desde cualquier punto de vista imaginable, que
poco más podía aportar sobre el asunto. Vaya por delante que a lo máximo que pude
llegar a leer fue el primer capítulo, pero con ello ya tuve suficiente para hacerme
una idea de que se trata de lo más opuesto a lo literario. Sin embargo, como en
esto de las lecturas, soy un tanto anárquico, no sé cómo se cruzó en mi camino Las
novelas tontas de ciertas damas novelistas de la escritora inglesa Mary
Ann Evans (1819 - 1890), escrita bajo el seudónimo de George Elliot, mucho
antes de que se inventaran los best
seller.
En el prólogo la escritora y traductora
Gabriela Bustelo ya explica que a pesar del tiempo transcurrido desde que se
publicara este ensayo, es de una rabiosa actualidad, y eso que apareció
publicado en mayo, simplemente un mes antes de la deplorable 50 Sombras,
de lo contrario Bustelo hubiera tenido motivos más que suficientes para demonizar
las Sombras.
Eliot
comienza su ensayo explicando en qué consiste ese nuevo género literario que denomina
“Novelas Tontas Escritas por Mujeres”.
Según ella, se trata de un género que a su vez tiene “muchas subespecies que, según la calidad concreta de la tontería que
predomine en ellas, pueden ser superficiales, prosaicas, beatas o pedantes.
Pero la amalgama de todas estas subespecies variopintas produce un género
—basado en la fatuidad femenina— donde pueden incluirse la mayoría de estas
novelas, que podríamos llamar del estilo de «artimaña y confección».”
De ese modo, George Eliot a lo largo de unas pocas sesenta páginas pergeña
un lúcido y detallado análisis de las novelas femeninas que estaban de moda en
su época, desmontando y demostrándonos lo ridículas que pueden llegar a ser
este tipo de narraciones. Sin embargo, a pesar de todo, hemos de ser sinceros y reconocer que son
novelas que poseen un amplio número de lectoras que siempre se mantienen fiel a
ellas y que no les importan, como demostró Eliot, que las tramas, la acción y los
roles representado por los personajes sean siempre los mismos, y que lo único
que cambie sea el espacio y la época en la que transcurre lo novelesco. Es más,
quieren que siempre sea así y que no se salgan del guión preestablecido.
Excepto las correspondientes actualizaciones sociales, culturales y tecnológicas, en un centenar de años, poco o nada ha cambiado en este género. Si bien es cierto que las mujeres leen más que los hombres, también es cierto que un amplio número de ellas sólo leen lo que normalmente se han conocido como “novela rosa”, que contiene un amplio espectro de escritoras que abarca desde Bárbara Wood, Daniell Steel o Nora Roberts, hasta esas otras que aunque pretendiendo dar una pátina de intelectualidad a su obra crean heroínas capaces de defenderse tan bien hilvanando jaretas como urdiendo complicadas trama de espionaje, o enviándolas a universidades californianas para que parezcan más cultas.
Parece que
es indiscutible la pérdida de prestigio y autoridad literaria que poseen la
mayoría de los escritores actuales. Gran parte de las novelas que se publican
hoy en día están fabricadas en serie en talleres industriales, siguiendo una receta
muy simple: escribir del mismo modo que se habla, algo tan contrario a la especificidad
literaria; que sus personajes hablen y
actúen, pero en lo que no haya ni la más mínima reflexión; siempre ha de aparecer un romance
tormentoso, aderezado de contenido erótico, cuanto más mejor; y algo de intriga
y misterio, pero tampoco mucho no haga perderse al lector; y con estos
ingredientes, voilà, ya se tiene el superventas
del año que le hará ganar montañas de dinero a su autora, que como en el caso
de la de Grey, no es necesario que sea una escritora muy cualificada. Fíjense
que curioso lo que ya decía Geroge Eliot a este respecto: “El peculiar ajuste termométrico da como resultado que, cuando una
mujer tiene un talento valorado en cero, la aprobación periodística alcanza su
punto de ebullición; si la señora logra situarse en la mediocridad, la
temperatura desciende a un calor veraniego; y si consigue llegar a la
excelencia, el entusiasmo de la crítica cae en picado hasta el nivel de la
congelación”.
A partir de esta genial lectura
he constatado una idea ya sabida: que aunque cambien los modos y las modas, la
esencia permanece inalterable, y que escritores, no vamos a entrar en
distinciones, tontos siempre los ha habido y los habrá. Es una lástima que cada
vez hayan menos autores como Stefan Zweig quien pensaba que los escritores era
seres que tenían algo que decir y que, por lo general, contribuían por sus
libros y artículos a mejorarlas cosas.
Me gustaría terminar con las siguientes palabras de
George Eliot sacadas de Las novelas tontas de ciertas damas
novelistas, cuya breve lectura, por su atemporalidad y vigencia, os
recomiendo a todos: “Por el amor de Dios, demos una mejor
educación a las mujeres jóvenes; démosles mejores cosas en que pensar, mejores
asuntos a los que dedicar el tiempo”.
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