viernes, 5 de octubre de 2012

DE NUEVO EN BROOKLYN


Según Vila-Matas, par el escritor norteamericano Kurt Vonnegut, seguramente que en una visión bastante reduccionista del caso, las tramas literarias era más bien pocas y siempre las mismas, a saber: “alguien se mete en un lío y luego se sale de él; alguien pierde algo y lo recupera; alguien es víctima de una injusticia y se venga; dos se enamoran, y mucha otra gente se entromete; una persona se enfrenta a un desafío con valentía, y tiene éxito o fracasa; alguien inicia una investigación para conocer la verdad de un asunto, etcétera”. Por lo tanto, para Vonnegut no había que dedicarle mucha importancia a la trama. Para él, lo verdaderamente importante, lo único que diferencia una novela de otras y que la hace original es el estilo.

En el caso de la novela de Eduardo Lago, Llámame Brooklyn, podemos constatar como esta peculiar idea es bastante cierta. La trama argumental es sencilla: Néstor Chapman, un colaborador de un periódico español en Nueva York, recibe un comprometedor encargo de manos de su amigo el escritor Gal Ackerman, terminar el libro que lleva entre manos si algo le sucediera antes de que pudiera darlo por finalizado. Como podrán imaginar, así sucede, y, comprometido como estaba con Ackerman, se siente obligado no sólo a leer y ordenar sus cuadernos, sino también a impregnarse de él, de tal  modo que en la versión final de la novela, los estilos y las personalidades de ambos se mezclan de forma inseparable.

Cuando empezamos a leer la novela, lo primero que nos llama la atención es ese carácter disperso, con saltos en el tiempo y en el espacio, y que no es otra cosa que todo el material legado por Ackerman y que el periodista intentará ordenar y dar forma. Éste, casi al final de la novela, reconoce que “Gal Ackerman tenía una mente fragmentaria. Escribía constantemente, pero no era capaz de imprimirle un sentido de totalidad a lo que hacía”. Y esa misma mente fragmentaria, junto con los recuerdos entrecruzados de ambos personajes, sus escrituras y sus diálogos –reales e imaginarios-, las obras literarias de Ackerman, las cartas de ambos, fragmentos de sus diarios, con sus páginas en blanco y sus ausencias, en definitiva toda su memoria escrita, es Llámame Brooklyn. Una novela donde su autor ha renunciado a ofrecernos una única visión lineal, y, por el contario, nos propone un argumento totalmente fraccionado y que el lector ha de recomponer contando con la ayuda del narrador. Éste, a su vez, no se limita únicamente a una primera persona, sino que de un narrador omnisciente da paso a numerosos narradores con visiones contrapuestas en ocasiones, complementarias en todas. Por así decirlo, al final el lector es esa pieza fundamental o ese engrudo que sirve para encajar y sostener ese puzle que es el libro y que contiene el tema de la novela y el modelo formal, y donde el proyecto estructural y la poesía más alta conviven con asombrosa naturalidad.

A diferencia de la novela clásica decimonónica donde ha de privilegiar siempre la trama, Lago, con el pretexto dar forma a la novela inconclusa de Gal Ackerman termina por hablar de todo, y para eso le basta con asociar cualquier idea con el verdadero tema central, que en realidad está  ausente. Así, lo que el autor nos muestra es un atractivo método de composición, bastante alejado de todos los dogmas clásicos sobre la novela, sustentado en libres asociaciones de ideas, asociaciones que se despliegan en un inmenso tapiz, que es el libro de Ackerman, y que al dispararse en todas los itinerarios posibles, acababa por convertirse en inagotable.

Pero Llámame Brooklyn no es solo una novela de estilo, también es una narración sobre cómo escribir una novela, repleta de alusiones literarias desde los versos iníciales de Paul Valéry, a los relatos de Truman Capote, o los del olvidado Alston Hughes, poeta que, según las propias palabras de Lago, existió de verdad y publicó su correspondencia con María Zambrano, sin olvidar, por supuesto, el formidable relato del casual encuentro con el inaccesible escritor norteamericano Thomas Pynchon.

Casi que con toda seguridad, para Lago hubiera sido más fácil hacer un retrato lineal de la vida del escritor americano Gal Ackerman, pero ha optado por una de las vías menos previsibles en el desarrollo argumental y ofrecernos una novela que es una verdadera celebración del poder de la palabra escrita, y de la literatura en el sentido más auténtico.

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