lunes, 31 de diciembre de 2012

¡FELIZ 2013!


Mientras la gran mayoría de nosotros nos disponemos para celebrar esta noche el fin de año y compartir nuestros mejores deseos para el 2013, otros opinan que hoy es un día más pues para ellos la magnitud del tiempo no existe, no es más que una mera virtualidad; pues, mientras que el futuro es una probabilidad, lo que todavía no ha sido, el presente es un breve instante, un paso fugaz entre lo que será y lo que ha dejado de ser. Y el pasado, que aparentemente es la etapa más consistente, al fin y al cabo no deja de ser simples recreaciones que elaboramos a partir de recuerdos de algo que ya no es. Por lo tanto, lo que era futuro hace unos momentos, ya es pasado, y siempre le vamos robando momentos a esa infinita, y supuesta, constante del tiempo.

Tanto para unos como para otros, en un día como hoy en el que, aunque ilusoriamente, se termina una etapa pues mañana todo continuará igual, aprovecho para compartir este poema de Walth Whitman cuajado de sencillas pero efectivas palabras, deseándoos que en este 2013 las cosas empiecen a cambiar a mejor.
¡Feliz 2013!

Aprovecha el día

…Carpe Diem, aprovecha el día.
No dejes que termine sin haber crecido un poco,
sin haber sido un poco más feliz,
sin haber alimentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie
te quite el derecho de
expresarte que es casi un deber.

No abandones tus ansias de hacer de tu vida
algo extraordinario…

No dejes de creer que las palabras, la risa y la poesía
sí pueden cambiar el mundo…

Somos seres, humanos, llenos de pasión.
La vida es desierto y también es oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos convierte en
protagonistas de nuestra propia historia…
Pero no dejes nunca de soñar,
porque sólo a través de sus sueños
puede ser libre el hombre.

No caigas en el peor error, el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.

No te resignes…
No traiciones tus creencias. Todos necesitamos
aceptación, pero no podemos remar en
contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.

Disfruta el pánico que provoca tener
la vida por delante…
Vívela intensamente,
sin mediocridades.
Piensa que en ti está el futuro y en
enfrentar tu tarea con orgullo, impulso
y sin miedo.

Aprende de quienes pueden enseñarte…
No permitas que la vida
te pase por encima
sin que la vivas…"

                                                        Walt Whitman



viernes, 21 de diciembre de 2012

Cuando nos encontramos con alguien en el ascensor, o en cualquier otro lugar, y no sabemos de que hablar siempre terminamos hablando del tiempo. Además como el año se está acabando, que mejor ocasión que un aforismo de Joan Fuster para continuar hablando del tiempo.


lunes, 17 de diciembre de 2012

CÁPSULAS LITERARIAS


Cuando vi la ilustración de David Pintor en el libro de Relatos de Opticks Magazine que os enseñé en la entrada anterior, enseguida pensé: ¿cómo se hará a partir de ahora en los libros electrónicos?

Los libros, a parte de las de las historias que contienen, también han tenido una utilidad singular a modo de pequeño estuche para guardar aquellas pequeñas piezas de un interés especial y que quisiéramos que permanecieran inalterables. Durante una época, era frecuente que nuestras abuelas, por ejemplo, guardaran algún que otro billete en aquella vieja enciclopedia que ya nadie consultaba. Lo mismo ocurría con la foto de aquel novio que se tuvo un verano y que ya amarillea entre las páginas del  libro que se leía mientras se tomaba el sol; o  aquellas flores que se guardaron junto a los poemas de Neruda, recuerdo de un amor juvenil.  


 A mí siempre me ha llamado mucho la atención el libro que llevaba el conde László Almásy en la película EL paciente inglés. El libro en cuestión, según aparece en la novela homónima de Michael Ondaatje, es un ejemplar de la Historia de Herodoto, pero lo que más me atraía de él era como el libro había aumentado considerablemente de volumen, pegando páginas recortadas de otros libros, añadiéndole mapas, conservando fotografías, o utilizando el espacio en blanco para hacer sus propios dibujos o escribir sus reflexiones a modo de un diario.


Precisamente la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid ha organizado una curiosa exposición, “Cápsulas del tiempo. Objetos encontrados en los libros” que trata de todo esto, de los objetos que los lectores han ido dejando durante siglos entre las páginas de los volúmenes que forman la Biblioteca.

Si queréis ver la exposición virtual, os dejo el enlace, y podréis comprobar como los libros son algo más que un objeto de lectura, son la huella y la memoria de un lector, y de un fragmento de nuestra vida.



jueves, 13 de diciembre de 2012

IV Premio Opticks Plumier de Relato Ilustrado


Anoche estuve en la presentación de libro IV Premio Opticks Plumier de Relato Ilustrado. Este concurso está organizado por  la revista digital Opticks Magazine. Para quien todavía no la conozcáis, Opticks es un espacio donde se dan citas las tendencias más actuales en cuanto a música, fotografía, arquitectura, ilustración y creación.  Pero lo que más destaca de ella es la altísima calidad de todos sus contenidos. 

Sigo Opticks desde su primer número, en junio de 2009, y desde entonces siempre hay algún artículo o colaborador que no deja de sorprenderme por ser representativo de hacia donde se dirigen las últimas tendencias artísticas. Con todo Opticks Magazine se ha erigido con una alternativa a tener muy en cuenta dentro de este mundo cultural tan manipulado por las grandes multinacionales y los poderes fácticos.



En cuanto a este libro de relatos, sólo he tenido tiempo de leer el ganador, El aprendiz de alquimista, escrito por Carlos López e ilustrado por David Pintor, y cuya ilustración sirve de portada al libro, pero tal y como se comentó en la presentación, y viendo el resto de las ilustraciones, seguro que será un libro de un gran interés; todo un regalo para los sentidos. A destacar también la cuidada edición a cargo de Edicions del Ponent, lo cual ya es un valor añadido.

Os dejo la dedicatoria que hizo para Bibliotropismos el ilustrador David Pintor. 

 

viernes, 7 de diciembre de 2012

DESTRUIR O CONSERVAR


Cada vez que aparece publicado un libro sobre la correspondencia privada de un escritor, se reabre la sempiterna polémica sobre si es lícito, o no, la publicación de estas cartas. Sus detractores tienen argumentos muy sólidos sobre la no pertinencia de publicar unas cartas que en un principio estaban dirigidas a un destinatario particular, escritas en un determinado momento de su vida, y bajo un cierto estado de ánimo. A menudo, abusando de la confianza, se dicen cosas exageradas o poco pensadas, a buena cuenta provisionales, que responden a un momento determinado sin mayor transcendencia. Ante la consabida réplica de los estudiosos que de ese modo pueden conocer o entender mejor su obra, siempre se puede apelar a que ésta ya está ahí, y  habla por sí sola lo suficiente de sí misma.

Algo similar ocurre con las novelas, poemas y cualquier tipo de texto que un escritor deja a la hora de su muerte, y que no publicó en vida quizá porque no lo consideraba de la misma calidad que el resto de sus textos, o por cualquier otro motivo inimaginable para nosotros. En este sentido, los partidarios de publicarlo todo, hasta la nota más simple que le sirvió algún día de recordatorio, tienen mejores argumentos. De todos es conocida la historia de cuánto hubiéramos perdidos si finalmente se hubiera destruido los poemas de la Eneida tal y como pidió Virgilio totalmente insatisfecho con el resultado final de los doce libros; o si Max Brod hubiera hecho lo mismo con la obra de Kafka, por ejemplo. Aunque, según cuentan, todavía quedan una veintena de cuadernos y una treintena de cartas que su amiga Dora Diamant, una joven actriz que había conocido en sus largas estancias en el sanatorio donde intentaba curarse de esa tuberculosis que acabó con su vida, escondió antes de ser detenida por la Gestapo,  y que todavía hoy no han aparecido.

Como se puede comprobar la cuestión no es nada fácil de dilucidar, aunque, en principio, la solución sería bastante simple: si un autor no desea ver publicado un texto suyo, el tiene el remedio al alcance de su mano, destruirlo. Pero ¿quién se decide a hacer una cosa así, sobre todo si es alguien a quien le va la vida en la escritura? Por unos instantes me pongo en la tesitura de Max Brod y pienso el tormento y el malestar que debió suponer deshacerse del último hálito de vida literaria de su admirado amigo.

José Manuel Caballero Bonald, último premio Cervantes de las Letras, plasmó lucidamente en el poema “Un paradigma” esta cuestión.

 
Dejó escrito Virgilio, ofuscado quizá
por los pronósticos adversos del cielo de Brindisi,
que los doce libros de la Eneida, a cuya gestación
dedicó los últimos once años de su vida,
debían ser quemados tras su muerte.

No consintió Augusto, sin embargo,
que semejante designio se cumpliera, y así
se perpetuó en la historia la historia portentosa
del príncipe troyano, que aún incumbe al periplo
de nuestras más honrosas usanzas culturales.

Mediante las palabras ascendió Virgilio
al círculo glorioso
de los inextinguibles conductores de hombres
y el hecho de que un día quisiera destruir
el cardinal linaje de su memoria escrita
nos llega hasta ahora mismo
como un supremo ejemplo de horror a la impotencia.