viernes, 28 de junio de 2013

50 AÑOS de RAYUELA




Un viernes 28 de junio, tal como hoy pero hace cincuenta años, la editorial Sudamericana publicaba Rayuela, una ambiciosa e intrépida novela que suponía una rebelión contra el lenguaje literario y que, como un torbellino, llegó para instalarse en el páramo yermo de las letras nacionales, tan ensimismadas como estaban en su anquilosado e inamovible realismo social. Así, discretamente, Cortázar se situaba en el centro del deslumbramiento y del estupor.

Yo la leí el verano pasado, y he de confesar que me enfrenté a ella con cierto temor y con la solemnidad que requieren las obras de arte que han entrado por méritos propios en  la esfera de lo mítico. Sin embargo, a pesar de ser más innovadora o revolucionaria que legendaria, me imagino que me pasó con Rayuela lo mismo que le sucede a la gran mayoría de sus lectores que, aunque nunca terminas de poder abarcarla en su totalidad, te seduce inmediatamente,  lo cual la convierte en más admirada; y hemos de reconocer que lograr esa dimensión no es tarea fácil. No es extraño encontrarnos con libros que, aunque literariamente pueden ser impecables, estos no llegan a conmovernos y nos dejan indiferentes, sin embargo, contrariamente, después de leer Rayuela nada en el panorama literario nos parecerá igual.

En principio, Rayuela sorprende por su amplio despliegue de innovaciones técnicas de la literatura contemporánea, y es cierto, pero al mismo tiempo es también una narración inesperadamente clásica, al menos en aquellos capítulos que se puede seguir la secuencia argumental del devenir de Talita, Traveler, Oliveira y la Maga. Ejemplos de esto podemos encontrar muchos, pero pongamos por caso el episodio de la muerte de Rocamadour, el hijo de la Maga, uno de los más solemnes y trágicos de toda la novela, pero al mismo tiempo de un gran lirismo descriptivo. 

Pero de otro lado, es en la fragmentación y en su carácter torrencial donde Rayuela sí que es una novela muy contemporánea sobre todo por una constante búsqueda de estructuras más originales y expresivas. Aunque lo tremendamente moderno es su escritura. No por los saltos de capítulos y la posibilidad de elegir el propio camino, de la que hablaremos a continuación, es el modo de narrar lo que la hace moderna, es la escritura de alguien con una sensibilidad fuera de lo común. Así Rayuela era entonces,  y continua siendo ahora, una novela extraña en la que tiene cabida todo el universo del propio Cortázar, quien dejó muy claro que él no quería engañar al lector, sino escribir una contranovela, un libro que no se pareciera a las novelas y que tampoco se pareciera a nada de lo que había escrito hasta entonces.


“Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinovelesco). Sin vedarse los grandes efectos del género cuando la situación lo requiera, pero recordando el consejo gidiano, ne jamais profiter de l’élan acquis. Como todas las criaturas de elección del Occidente, la novela se contenta con un orden cerrado. Resueltamente en contra, buscar también aquí la apertura y para eso cortar de raíz toda construcción sistemática de caracteres y situaciones. Método: la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie. “                                                                                             (cap. 79)

Es evidente que Rayuela no nació para ser un libro cualquiera. Aunque naturalmente se puede leer como cualquier libro empezando por la primera página y terminando en las trescientas y pico de las casi seiscientas que tiene el libro, pero también existe otra manera de leerlo siguiendo un orden, aparentemente arbitrario, que propone el autor al principio. Este juego, como todos los juegos de Cortázar, tiene una alta graduación poética que le permitía romper con la solemnidad de discurso que a veces tienen los libros.

Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber  Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto.   (cap. 59)

De ese modo Julio Cortázar intenta cambiar entre otras cosas el lugar del lector en este mundo estableciendo con él una especie de diálogo o intercambio donde una frase, un fragmento, o un capítulo que por sí solo es un ingenioso aforismo, estimule la imaginación del lector, desafiándolo para que tome distancia y responda al misterioso mutismo del lenguaje escrito. 

 “Las formas exteriores de la novela han cambiado, pero sus héroes siguen siendo los avatares de Tristán, de Jane Eyre, de Lafcadio, de Leopold Bloom, gente de la calle, de la casa, de la alcoba, caracteres. Para un héroe como Ulrich (more Musil) o Molloy (more Beckett), hay quinientos Darley (more Durrell). Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo.»” (cap. 97)

Si se publicara Rayuela por primera vez en la actualidad, creo que no tendría cabida en la mesa de novedades de cualquiera de las grandes librerías del país junto a infernos y misiones olvidadas. Incluso algún que otro crítico lúcido de suplemento cultural semanal la acusaría de excesivamente larga, que no hay acción, que la relación amorosa no es muy convencional, que algunos capítulos son prescindibles, y que las referencias cultas dejan por fuera a la gran mayoría de los lectores.  Sin embargo, tanto ayer como hoy, Rayuela es uno de esos libros que no busca adaptarse al gusto de la masa lectora de su época, sino todo lo contrario: oponiéndose a ese gusto, lo que pretende es modificarlo, enriquecerlo, hacer que fuera más complejo y exigente. Con todo Rayuela es una novela que quien la ha leído, no solo lo ha hecho dos o tres o más veces, sino que incluso ahora, tomando como excusa este vano aniversario, querrá leerla de nuevo. No para saber cómo era, sino para saber cómo es.


domingo, 16 de junio de 2013

BLOOMSDAY - 2013



Hoy se celebra en todo el mundo el Bloomsday, el descenso a los infiernos de Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly Bloom, protagonistas del Ulises de Joyce

Ulises es una de las novelas que ha levantado críticas y opiniones de las más dispares. Hay quienes aseguran que se trata de una novela sobrevalorada, demasiado larga y nada conmovedora. Otros en cambio afirman que no se puede vivir sin leerla. Y la gran mayoría confiesa no haber podido pasar de las treinta primeras páginas. Aun así, siempre aparece Ulises entre los 10 mejores libros. 

Más allá de cualquier opinión, más o menos infundada, lo cierto es que el Ulises es un libro fundacional, de un extraordinario ingeniero, espléndidamente escrito a pesar de su complejidad y de su absoluta superioridad, que sobrepasa la capacidad normal del lector.

Fernando Aramburu contó en una entrevista que se podía vivir sin leer el Ulises como se puede vivir sin una mano o sin las dos piernas pero añadía que todo aquel que profese pasión por el arte literario por fuerza leerá o habrá leído el Ulises.

El Ulises es un placer arduo y extenso. Su lectura reclama dedicación, tiempo, paciencia, (bienes tristemente escasos en la actualidad), así como un propósito firme de superar las no pocas dificultades textuales que el libro presenta. Para los que todavía no la hayan leído quizás hoy es buen día para iniciar su lectura ya sea en su totalidad, de principio a fin, o de una forma fragmentaria o en diagonal.


viernes, 14 de junio de 2013

Intemperie. Elogio de lo mínimo.



La razón por la que últimamente no haya publicado nada en el blog se debe sobre todo, como me imagino que os sucede a la gran mayoría de vosotros, a que en ocasiones el trabajo y las obligaciones te desbordan; es entonces el momento de pararse y elegir cómo quieres pasar el escaso tiempo libre que te quede. En mi caso, he preferido destinarlo a la lectura, y para ser sincero he tomado más de una nota, una primera impresión de estas, sin embargo, una vez que comenzaba a redactarlas para publicarlas me daba cuenta de que no aportaba nada nuevo a lo que ya estaba escrito, por lo que prefería continuar leyendo antes que perder el tiempo con cosas que ya habían sido dichas.

A raíz de mis últimas lectura, -El origen del mundo, Argos el ciego, La ridícula idea de no volver a verte, Pedro Páramo, o la última Intemperie-, he podido confirmar un hecho sobre el que llevo pensando algún tiempo: el tamaño sí importa, pues últimamente parecer ser que para que cualquier novela se convierta en un éxito de ventas no tiene que tener menos de unas ochocientas páginas o así. Cómo si la calidad de un escritor funcionara a peso, igual que las patatas en el mercado de los lunes.
Lo realmente importante  no es escribir páginas y páginas para demostrar el valor literario de un autor. Lo que de verdad merece la pena, el gran logro del buen escritor, es saber cuando uno debe dejar de retorcerse sobre lo inútil, lo innecesario, y esto creo que ha sido una gran logro del escritor Jesús Carrasco con su opera prima Intemperie.

Intemperie forma parte de esa larga tradición de novelas de aprendizaje, desde El Lazarillo hasta El guardián entre el centeno, pasando por La isla del tesoro, en las que jóvenes emprenden viajes iniciáticos para convertirse en adultos. En este caso, además, el protagonista  irrumpe con una descarnada violencia en el mundo de los adultos, que es el mundo de la brutalidad.
El ambiente descrito es un infierno convertido en llano desolador, caldeado por el bochorno de un sol impasible, esa intemperie a la que alude el título y donde no hay ni un adarme de sombra donde guarecerse. Quizás porque, aun sin proponérmelo, lo leí después de Pedro Paramo, o porque las influencias son más que notorias, el ambiente no puede ser más rulfiano: el niño que huye de un pueblo fantasmal, asolado por una pertinaz sequía donde el agua escasea y hay que recorrer varios kilómetros para encontrarla, aunque esté corrompida. Y al igual que Comala, el espacio físico, aunque no se pueda localizar con exactitud geográficamente, también es un espacio mítico, aislado del resto del mundo, que parece existir en mitad de la nada más desoladora. 

Sin embargo, lo que quiero destacar no son tanto las posibles influencias como el estilo de la novela, lo que la diferencia y la hace atípica. Mucho se ha comentado ya del estilo sobrio. Sí es sobrio en sus diálogos. Sobrio y conciso, a lo McCarthy de En la carretera. Sobrio en cuanto que la acción queda prácticamente reducida a la mínima expresión, sin recurrir a los socorridos diálogos que tan de moda están ahora, y que, como decimos, solo sirven para rellenar hojas y más hojas pero totalmente vacías de contenido. Pero, por el contrario, las descripciones son de un lirismo brutal, capaz de sumergirnos en ese suspense que no sé cómo ni por qué pero va adquiriendo la misma intensidad que la luz del sol, que sofoca a los protagonistas y nos asfixia a nosotros, y que es capaz de deslumbrarnos, de dejarnos atónitos ante una belleza tan inusitada como cruel al mismo tiempo. Pues la belleza de Intemperie es una belleza desnuda sin miramientos, una belleza que da miedo, nada complaciente, una belleza que no es cobijo sino totalmente intemperie.

Intemperie es un ejemplo más de escritura de calidad, pues volviendo a la idea del principio, escribir bien no es lo mismo que poner un libro en la báscula y comprobar su peso, esto sería tan imbécil como preguntarse qué pesa más un kilo de paja o un kilo de novela.