martes, 28 de febrero de 2012

“Para que te importe un libro también te tienen que importar los demás”

Hay veces, cuando la talla intelectual de sus interlocutores es extraordinaria, que una pequeña entrevista pude convertirse en toda una declaración de principios. Así fue la que el viernes pasado apareció publicada en El País, donde Iñaki Gabilondo hablaba con su hermano Ángel con motivo de la publicación del último libro del ex ministro de Educación, Darse a la lectura; un libro que si elogia la lectura con la misma capacidad de reflexión que aquí aparece, no habrá que perderlo de vista.





Ángel Gabilondo. Leer es un gesto de insatisfacción. Se lee porque hay algo que no acaba de ir bien. La gente que no duda es peligrosa…
[…]
Iñaki Gabilondo. Darse a la lectura reivindica la austeridad, la paciencia, el estudio, la concentración, el retiro… nada que esté de moda. ¿Leer es hoy un acto revolucionario?

A. G. Por lo menos es un acto rebelde. Rebeldía significa sobreponerse a los valores dominantes y proponer alternativas. No sé de dónde vienen las ideas, pero a mí me vienen de las palabras, de palabras que traen otros. Eso exige un cierto retiro y silencio.
[…]
A. G. Yo relaciono pensar y leer porque pensar no es sentarse y apretar los ojos. El pensamiento siempre es una conversación. Necesito de los otros para pensar. No hay ideas aisladas. Una idea es una relación. Y una palabra.

I. G. Sorprende cómo ha cuajado la idea de leer como perder el tiempo, cuando es la no aceptación de tu tiempo como el único posible lo que te lanza a leer. Al leer conquistas todos los tiempos: el de los que te precedieron, el de gente a la que no has podido conocer… el amor al libro es amor a la vida más allá de la tuya.

martes, 21 de febrero de 2012

OLVIDOS PREMATUROS. RECUERDOS INTENCIONADOS

Gabriel Celaya
A veces nos sentimos abrumados por la cantidad de centenarios o aniversarios de todo tipo que se celebran en el mundo del libro. Olvidamos casi siempre que la industria editorial se ve obligada a utilizar esos molestos ganchos publicitarios para recuperar la obra de escritores a los que los avatares del mercado han relegado a una existencia literaria precaria y remota. Este mismo año, 2012, por ejemplo, ha sido declarado por el Ayuntamiento de Salamanca el Año Unamuno, al mismo tiempo que se celebra el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens, y esto únicamente por citar dos de los grandes. Pero por desventura existen otros escritores cuya memoria pasa totalmente inadvertida. Hace unas semanas se quejaba la escritora Marta Sanz en una columna de El Cultural, de la “mezquindad” con que se celebró el año pasado el centenario del nacimiento del poeta Gabriel Celaya, el cual quedo reducido a unos escasos e intrascendentes actos, pero que ni siquiera sirvió para que el ávido mundo editorial aprovechara el tirón y reeditara sus obras. 


(Manuel Estrada)


Interpretación del poema Vientos del pueblo por el estudio de Manuel Estrada
Esta reflexión me recordó el centenario celebrado no hace mucho tiempo, en el 2010, de otro poeta coetáneo a Celaya, Miguel Hernández, pero en el que a diferencia del poeta vasco, se celebró con tanta pompa y fastuosidad que es imposible no recordarlo. Los actos fueron multitudinarios. Se puede decir, si  ánimo de exagerar, que prácticamente todos los pueblos de España celebraron al menos un recital poético en su recuerdo. Discos de reconocidos cantautores, una magnífica exposición organizada por la BNE, acompañada de una ilustrativa campaña para el fomento de la lectura de su poesía, en la que colaboraron varias bibliotecas de todo el ámbito nacional y diseñada por Manuel Estrada, la reedición de su obra completa, tanto reunida en dos volúmenes o facsimilar, como en las más variadas ediciones que uno pueda imaginar, sin olvidar la “Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal”  destinada a dignificar y rehabilitar la memoria del poeta, que el gobierno estatal de aquel entonces le hizo entrega a los familiares y herederos del poeta. Y me pregunto qué sibilinos intereses se escondían detrás de esta celebración para que todas las instituciones ya sean nacionales, provinciales o locales colaboraran. No creo que el motivo sea únicamente que la calidad literaria de la poesía de Hernández sea superior a la de Celaya, o cualquier otro escritor nacido por esas fechas. Las razones deben ser tantas, tan complejas y tan alejadas de lo meramente literario que supongo que jamás legaré a entenderlas en su inmensidad. Sólo me gustaría saber cómo se siente la nuera del poeta oriholano teniendo ya muy próximo el 2013, fecha en la que los derechos de los autores fallecidos en 1942 pasan a ser de dominio público. ¿Todavía le quedan manuscritos o poemas inéditos con que sorprendernos durante este año?

viernes, 17 de febrero de 2012

HHhH

Reynhard Heydrich

Bajo este críptico título se esconde la frase en alemán Himmlers Hirn heisst Heydrich, “el cerebro de Himmler se llama Heydrich”, por lo que podemos deducir que la novela de Laurent Binet tratará sobre uno de los episodios más atroces de la Segunda Guerra Mundial, cuyo singular protagonista no es otro que Reynhard Heydrich, jefe de la Gestapo e impulsor de la denominada “Solución final”, el plan para exterminar a los judíos durante la II Guerra Mundial.

Pero este tema narrativo no es nuevo. Se ha escrito tanto sobre la Segunda Guerra Mundial y el  Holocausto judío, incluso el propio Binet a lo largo de sus páginas nos va relacionando la retahíla de libros publicados, ya sea ensayo o ficción, sobre este acontecimiento histórico, o las películas que se han  rodado sobre estos sanguinarios personajes. Está claro, por lo tanto, que a estas alturas de la historia no hay nada nuevo, entonces, ¿dónde radica la superioridad de este libro para ser galardonado con el premio Gouncourt a la primera novela de un autor?. La respuesta la encontramos en su estilo, en la forma de  estructurar y presentarnos los acontecimientos. HHhH no es una novela  sobre el atentado que acabó con la vida de Heydrich en la Praga ocupada de 1942, sino en cómo escribir sobre este incidente pero sin hacer literatura. Aunque parezca una paradoja esto último, Binet tiene bien claro el ejemplo de novela a seguir, él mismo nos lo revela entre sus páginas. Para él, un modelo de acierto es Le Mors aux dents de Vlaadimir Pozner, que cuenta la historia del barón Ungern, con quien se mide Corto Maltés. Según nos cuenta, la novela de Pozner se divide en dos partes, una que relata las pesquisas del escritor a la hora de recoger testimonios sobre su personaje, y la segunda en la que nos vuelca en la novela propiamente dicha. Y esa es la misma estructura de HHhH.

La primera parte del libro, la más extensa, es totalmente metaliteraria. Binet nos va detallando cómo surge la idea de la novela, cómo avanza en sus pesquisas e indagaciones, las fuentes que utiliza para documentarse, la elección del estilo, lejos de los autores decimonónicos franceses, a lo que le va sumando los interrogantes que se le van planteado a medida que va avanzando en la composición de la novela. Y de ese modo va reconstruyendo algunos pasajes tanto de la vida de Heydrich, su afición musical, la progresiva ascensión dentro de la burocracia nazi, como la de los miembros de la resistencia inglesa que iban a perpetrar el atentado: el checo Jan Kubiš y el eslovaco Jozef Gabčík,  aunque de estos tiene menos datos, hecho que un momento le llega a desazonar. A todo esto, le va sumando las lecturas que va haciendo sobre el atentado y sus interpretaciones de las mismas, de lo que adolecen, de lo que han inventado, o en el caso de otras, de su rigurosísima documentación. Y todo ello porque lo que Binet no pretende es escribir otra típica novela histórica, o mejor dicho, lo que no quiere es convertir su relato en objeto de ficción, postura que comparto, pues para qué inventar nada si todos estos mimbres ya constituyen por sí solos un relato. Y de ese modo llegamos a la segunda parte del libro, sólo las últimas ochenta páginas, que son la novela propiamente dicha que quería escribir, en la que se centra en momento justo del atentado, y en el asedio que sufren posteriormente los artífices del atentado escondidos en una cripta, su captura, y muerte.

Quizás, al final es cierto que HHhH no resulte un texto fácil, o que no termine de engancharnos en las primeras páginas por la profusión de datos y la ausencia de toda explicación innecesaria, pero HHhH, es un libro sorprendente y atractivo, que busca la exactitud y el rigor, y que nos hace reflexionar a todos en torno a la Historia, el proceso creativo, el oficio de escribir, la originalidad y, en última instancia, la propia Literatura.

martes, 7 de febrero de 2012

EL OFICIO DE ESCRIBIR

EL TALLER DEL POETA

"El novelista trabaja de un modo continuo, fijo; escribe cierto número de horas y de páginas cada día. Para el poeta eso resulta imposible y quien ha intentado escribir un poema diario ha obtenido resultados catastróficos. Por otra parte, es imposible emprender ninguna actividad humana sin dedicación y para aspirar a escribir poemas y, quizás, ser poeta, uno tiene que trabajar mucho. Así que hay que encontrar un punto intermedio entre no forzarse a escribir y seguir practicando continuamente.

En mi caso, no tengo un taller propiamente, sino cuadernos y un ordenador donde apunto lo que se me ocurre, lo que me interesa, lo que me gusta, con muchas versiones que luego no utilizo. Quisiera mostrarme como una persona muy racional y ordenada, que cree en el esfuerzo y el tesón, pero lo cierto es que existe algo para lo que no hemos encontrado mejor nombre que «inspiración», responsable de las escasas ocasiones en las que nuestro trabajo cumple nuestras expectativas.

Escribo en toda clase de lugares, se me han ocurrido textos en el metro, en un tren… Hubo un tiempo en que los aviones eran un campo muy propicio para el intento poético pero se han convertido en un infierno. Los propios aeropuertos eran antes muy favorables para trabajar, con sus grandes salas vacías, pero ahora están atestados. En cambio, uno de las últimas fronteras de la escritura son los cuartos de hotel, son sencillamente maravillosos."

José Emilio Pacheco

FÓSIL Y VOLATIL
En la gran tumba de papel
lividez amarilla que se desgarra al contacto,
entre ruinas proliferan de lo que fue
un día en la vida,
un momento entre los momentos,
encontré un fósil que aún emitía bajo el Carbono 14
cierta señal aunque muy leve de vida.

Fue mi primer poema de hace mil años.

Quise leerlo desde otro planeta,
desde el desconocido impensable que salió de allí sin embargo
-y aún no se cura de espanto.

Sentí ganas de ver qué me decía,
cuál recado póstumo
escribí otro yo mismo sin darme cuenta en aquel entonces.
Y me acerqué intrigado y, qué más da, emocionado.*

Pero la hoja volátil abrió las alas.
Se quebró ante mis ojos.
Y ya herida de muerte dejó en la nada
un reguero de polvo o polen.

* César Vallejo, Poemas Humanos.

viernes, 3 de febrero de 2012

TIEMPO DE VIDA


Existen libros que parecen que se hayan escrito sólo para nosotros. Me refiero sobre todo a esos cuyas peripecias o vicisitudes que se narran son tan parecidas a las nuestras que nos llevan a interpretarlo en clave similar a lo que nosotros hemos experimentado en algún momento de nuestra vida. El proceso de identificación que se establece es tal que realizamos una lectura totalmente sesgada, condicionada por esa actitud nuestra y de ese modo creamos una serie de empatías y antipatías con los personajes, así como determinadas respuestas ante las encrucijadas que se les plantean y que nosotros las respondemos como si fuéramos los propios protagonistas. Y al final terminamos subrayando sólo párrafos que nos sirven para evocar los estados de ánimo por los que hemos atravesado, o haciendo anotaciones al margen en el momento en que los personajes muestran situaciones análogas a las que hemos vivido en alguna ocasión. Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente ha sido para mí uno de esos libros.

Marcos Giralt ha demostrado una gran madurez literaria al mismo tiempo que el tino justo para no caer en una patética sensiblería a la hora de enfrentarse al tema tan recurrente en literatura como es el rendir cuentas con su padre tras su muerte, que en este caso no es otro que el pintor Juan Giralt, aunque en ningún momento de la novela se le nombra. Lobo Antunes decía que “escribes sobre lo que has comprendido cuando ya es demasiado tarde”, sin embargo a menudo también se escribe por todo lo contrario, porque no se comprende y es normal pensar que de la mano de la escritura uno puede entender y, además, conseguir que no sea demasiado tarde. El propio Marcos Giralt al principio de la novela se pregunta porque ha de empeñarse en escribir sobre la relación con su padre, sabedor del daño que le puede producir indagar en esa relación llena de reproches y resentimientos enquistados, a lo que responde “porque no sé mucho más de lo que sabía cuando todo empezó, y fijar el mapa defectuoso de lo conocido quizá me ayude a encontrar lo que se me escapa”; y es que la escritura contiene la posibilidad del descubrimiento, del hallazgo, de la revelación. En esa reconstrucción de lo acaecido cabe el milagro de encontrar la clave que posibilite comprender.

Tiempo de vida es un relato descarnado, incluso despiadado con su padre, hasta tal punto que a veces a nosotros nos resulta impúdico en el sentido de que retrata aspectos demasiado personales de su entrono familiar, sin dejar a un lado en ningún momento los fallos, los defectos y errores del padre, visto siempre dese la única perspectiva del hijo, pero quién dice que no lo sintiera así. Sin embargo no puede decirse que el relato resulte una “vomitona testimonial”, como señala Rosa Montero, en la que el hijo exorciza todos los demonios, sino todo lo contrario, lo que sobresale es la calidad literaria ya que Giralt ha conseguido un sutil y comedido equilibrio entre la realidad y la ficción que define el género narrativo, y todo ello aderezado con un esmerado estilo, sin grandes recursos efectistas, y sobre todo con una gran sinceridad necesaria para que el autor finalmente haga las paces con su padre.

En demasiadas ocasiones se habla de la literatura como evasión, sin embargo, la literatura también es vida, y junto a ella, inseparablemente, la muerte. La cosa más común en este mundo es perder a alguien, pero no por ello nos acostumbramos tan fácilmente a su ausencia, una ausencia que continua tras la muerte en la obstinación del duelo. Necesitamos tiempo para asumir esa ausencia, para aceptar que no contestará nuestras llamadas, para admitir que no tenemos esa persona al lado pada darnos consejo, para acostumbrarnos que las fotografías que nos rodean son las de un muerto, así Tiempo de vida se convierte en una catarsis, en un viaje expiatorio para la comprensión de algo tan difícil de asimilar como es la muerte. Probablemente la finalidad última de esta novela sea la recuperación de la memoria frente al olvido: salvar del naufragio todos los momentos que les fueron uniendo.