viernes, 14 de junio de 2013

Intemperie. Elogio de lo mínimo.



La razón por la que últimamente no haya publicado nada en el blog se debe sobre todo, como me imagino que os sucede a la gran mayoría de vosotros, a que en ocasiones el trabajo y las obligaciones te desbordan; es entonces el momento de pararse y elegir cómo quieres pasar el escaso tiempo libre que te quede. En mi caso, he preferido destinarlo a la lectura, y para ser sincero he tomado más de una nota, una primera impresión de estas, sin embargo, una vez que comenzaba a redactarlas para publicarlas me daba cuenta de que no aportaba nada nuevo a lo que ya estaba escrito, por lo que prefería continuar leyendo antes que perder el tiempo con cosas que ya habían sido dichas.

A raíz de mis últimas lectura, -El origen del mundo, Argos el ciego, La ridícula idea de no volver a verte, Pedro Páramo, o la última Intemperie-, he podido confirmar un hecho sobre el que llevo pensando algún tiempo: el tamaño sí importa, pues últimamente parecer ser que para que cualquier novela se convierta en un éxito de ventas no tiene que tener menos de unas ochocientas páginas o así. Cómo si la calidad de un escritor funcionara a peso, igual que las patatas en el mercado de los lunes.
Lo realmente importante  no es escribir páginas y páginas para demostrar el valor literario de un autor. Lo que de verdad merece la pena, el gran logro del buen escritor, es saber cuando uno debe dejar de retorcerse sobre lo inútil, lo innecesario, y esto creo que ha sido una gran logro del escritor Jesús Carrasco con su opera prima Intemperie.

Intemperie forma parte de esa larga tradición de novelas de aprendizaje, desde El Lazarillo hasta El guardián entre el centeno, pasando por La isla del tesoro, en las que jóvenes emprenden viajes iniciáticos para convertirse en adultos. En este caso, además, el protagonista  irrumpe con una descarnada violencia en el mundo de los adultos, que es el mundo de la brutalidad.
El ambiente descrito es un infierno convertido en llano desolador, caldeado por el bochorno de un sol impasible, esa intemperie a la que alude el título y donde no hay ni un adarme de sombra donde guarecerse. Quizás porque, aun sin proponérmelo, lo leí después de Pedro Paramo, o porque las influencias son más que notorias, el ambiente no puede ser más rulfiano: el niño que huye de un pueblo fantasmal, asolado por una pertinaz sequía donde el agua escasea y hay que recorrer varios kilómetros para encontrarla, aunque esté corrompida. Y al igual que Comala, el espacio físico, aunque no se pueda localizar con exactitud geográficamente, también es un espacio mítico, aislado del resto del mundo, que parece existir en mitad de la nada más desoladora. 

Sin embargo, lo que quiero destacar no son tanto las posibles influencias como el estilo de la novela, lo que la diferencia y la hace atípica. Mucho se ha comentado ya del estilo sobrio. Sí es sobrio en sus diálogos. Sobrio y conciso, a lo McCarthy de En la carretera. Sobrio en cuanto que la acción queda prácticamente reducida a la mínima expresión, sin recurrir a los socorridos diálogos que tan de moda están ahora, y que, como decimos, solo sirven para rellenar hojas y más hojas pero totalmente vacías de contenido. Pero, por el contrario, las descripciones son de un lirismo brutal, capaz de sumergirnos en ese suspense que no sé cómo ni por qué pero va adquiriendo la misma intensidad que la luz del sol, que sofoca a los protagonistas y nos asfixia a nosotros, y que es capaz de deslumbrarnos, de dejarnos atónitos ante una belleza tan inusitada como cruel al mismo tiempo. Pues la belleza de Intemperie es una belleza desnuda sin miramientos, una belleza que da miedo, nada complaciente, una belleza que no es cobijo sino totalmente intemperie.

Intemperie es un ejemplo más de escritura de calidad, pues volviendo a la idea del principio, escribir bien no es lo mismo que poner un libro en la báscula y comprobar su peso, esto sería tan imbécil como preguntarse qué pesa más un kilo de paja o un kilo de novela.

5 comentarios:

  1. Tengo unas ganas tremendas de leerlo.

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  2. Aunque hablar tan bien de un libro puede crear falsas expectativas, creo que no te decepcionará.

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  3. Por desgracia, hay muchos críticos que aún creen que la novela por excelencia es el novelón decimonónico. De "Jo confesso", de Jaume Cabré (1008 páginas), se dijo que era la gran novela decimonónica de principios del XXI. Y sí, es verdad, es una gran novela, al igual que lo es "2666" de Bolaño y "La broma infinita" de Foster Wallace, pero muchas novelas escuetas también lo son.

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  4. Evidentemente te has convertido en el contrapunto de mis opiniones. Cuando hablo de novelones no me refería a los que tú has citado, aunque prefiero "Las voces del Pamano" a "Yo confieso", pues seguramente tendrán la extensión que necesitan, ya que todos ellos indagan, experimentan y llevan al límite nuevas vías narrativas. Yo me refería sobre todo a aquellos best sellers que no hacen más que dar vueltas en círculo sobre un mismo tema para llegar a la extensión mínima requerida.

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  5. En el tema "best seller" mejor ni entrar. No vale la pena.

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